Hoy, su cuerpo reposa exiliado en el cementerio de la localidad fronteriza
francesa de Colliure, pero su nombre y su
poesía —“honda palpitación del espíritu” la definió el antólogo José Montero— resuena en los frontis y los patios de
escuelas madrileñas, donde su verbo sustantivo, bañado por la luz de los cielos altos de Castilla late aún en los corazones adolescentes.