Qué gran verdad. Exiliados, haciéndose mayores y más solos y a la vez más unidos que nunca. Tejiendo y destejiendo Zenobia ese pulso entre su sentido de la independencia y su absoluta unidad con Juan Ramón. En una ocasión, al describir cómo habían pasado la
fiesta de Año Nuevo, cuenta que, después de cenar, poca cosa, no hizo más que
hablar con Juan Ramón, «que es mi deporte». Humor con una punta de ironía que era compatible con cierta satisfacción íntima por el tipo de vida elegido, a pesar de las dificultades del desarraigo. Más de una vez Zenobia se planteó volver a
España, donde su pasado y sus vivencias la llamaban, pero el poeta no quiso regresar mientras el
dictador siguiera en el poder. Los años pasaban y la vuelta se convertía en espejismo.