Te bañabas, como la
luna llena,
en la secreta soledad umbría.
Abrí los mirtos. Toda la alegría
de tu escondite se tornó en mi pena.
Dejando absorta la laguna y plena
de llanto, huiste avergonzada y fría;
y la noche al cruzar tú parecía
que se trocaba toda en azucena.
El blanco imán de tu carnal diamante
la noche entera me llevó tras ti,
y fuiste de oro, de carmín, de rosa...
Al alba, el mar se puso por delante,
y cual la
primavera huir te vi
desde la playa muda y dolorosa.
Juan Ramón Jiménez