Leonor tenía 16 años cuando se casó con A. Machado....

El 1 de Agosto de 1912, su joven esposa Leonor muere de tuberculosis, enfermedad que había contraído hacía más de un año, lo que sume a Machado en una profunda depresión. Es entonces cuando solicita su traslado a Baeza, Jaén.

Leonor tenía 16 años cuando se casó con A. Machado. Aquí dejo más sobre las mujeres del poeta obtenidas de artículos del ABC.

No fue Leonor, su joven esposa, sino Pilar Valderrama, la Guiomar de sus versos, una mujer casada 16 años menor. ABC recupera su historia de amor en el 75 aniversario de la muerte del poeta

La mujer que más amó Machado

Antonio Machado muere en Collioure el 22 de febrero de 1939. Setenta y cinco años después, continúan las polémicas sobre Guiomar, su amor de la madurez. La historia de su matrimonio es bien conocida: en 1907, Antonio va a Soria como catedrático de Francés. Allí conoce a Leonor, la hija de su patrona, que tenía entonces 14 años. Dos años después se casan. En París, ella sufre una hemorragia que -según el poeta- «fulminó nuestra felicidad». Muere de tuberculosis el año 1912, el mismo año en que se publica «Campos de Castilla». El poeta expresa su dolor con versos conmovedores: «Señor ya me arrancaste lo que yo más quería... / Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar». Esta tragedia acentúa su tendencia a la soledad y la melancolía.
La mujer que más amó Machado

En 1929, publica Machado sus Canciones a Guiomar: ¿se trata de una mujer de carne y hueso o de un puro pretexto literario, como el de tantos escritores? La respuesta llega en 1950, al publicar Concha Espina su libro «De Antonio Machado a su grande y secreto amor» incluye, mutiladas, cartas de amor del poeta y da por muerta a Guiomar, sin revelar su identidad. El escándalo, en el mundo literario, es notable. Siguen luego libros de Justina Ruiz de Conde, José María Moreiro... La revelación definitiva llega con el libro póstumo de Pilar de Valderrama, «Sí, soy Guiomar. (Memorias de mi vida) (1981)». Finalmente, en 1994, Giancarlo Depretis publica íntegramente las «Cartas a Pilar». Aunque algunos siguen manteniendo que Guiomar era sólo un pretexto literario, o, incluso, un nombre que da ahora Machado a su recordada Leonor.

¿Quién es Pilar de Valderrama? Una mujer de carne y hueso, por supuesto: nace en Madrid en 1892 (16 años después que Antonio Machado); no es feliz en su matrimonio con Rafael Martínez Romarate, que trabaja en el teatro como luminotécnico; publica varios libros de poemas («Las piedras de Horeb», «Esencias») y de teatro («El tercer mundo»). Toda la familia es católica, de derechas: huyen a Portugal en 1936. (Mientras tanto, Antonio Machado ha reforzado su adscripción al bando republicano, a diferencia de su hermano Manuel). Muere en 1979, dos años antes de la publicación de sus memorias. Cansinos Asséns la describe con escasa simpatía: «Una mujer morena, de tipo semítico, con grandes ojos pasionales y toda ella con un exceso de ardor que se desfoga en el arte». La incluye en el grupo de «esas grandes señoras que hacen literatura por puro placer, al margen de todo profesionalismo». Más cariñoso se muestra Jorge Guillén: «Esta criatura, muy sensible, gozará y sufrirá intensamente durante su larga existencia».

Antonio le escribe cerca de 200 cartas, de las que se conservan sólo unas 40. Ella -por pudor, se supone- destruyó las restantes: una pérdida lamentable. Y las publica con mutilaciones; llega a tratarlas con productos químicos, para borrar algunos párrafos que el tiempo, paradójicamente, ha hecho reaparecer.

Se conocen los dos en Segovia, el 2 de junio de 1928. Ella acaba de sufrir un gran dolor al confesarle su marido que se ha suicidado una joven con la que él mantenía relaciones. Le lleva a Antonio un libro de poemas; cenan, juntos, en el Hotel Comercio; pasean de noche, hasta el Alcázar. Ahí comienza su relación epistolar. Ella tiene 36 años; él, más de 50. Uniendo los poemas dedicados a Guiomar con las cartas de Antonio, se puede seguir la historia de un amor (como el título del bolero) que cada uno calificará como prefiera.
El banco de los enamorados

Hay que partir del hecho de que el poeta se siente prematuramente envejecido: «Cuando murió su amada,/ pensó en hacerse viejo...». El tiempo va apaciguando los dolores pero él no cree que pueda ya enamorarse de nuevo. La aparición de la joven poetisa rompe su idea; para expresar su asombro, recurre al verso inicial de la «Divina Comedia»: «Nel mezzo del camin pasóme el pecho / la flecha de un amor intempestivo...». La posición, al final del verso, subraya la palabra: «intempestivo»; es decir, «lo que llega fuera de tiempo o de sazón». Pero que ha llegado... Está viviendo ahora el poeta lo mismo que él cantó del «olmo viejo, hendido por el rayo / y en su mitad podrido» al que, en primavera, «algunas hojas verdes le han salido». Se siente sorprendido pero feliz: «Porque, en amor, locura es lo sensato».

Ella vive en Madrid, con su marido; Antonio, en Segovia: se escriben cartas de amor. El fin de semana, él va a la capital. Pasean juntos, ese verano, por los jardines de la Moncloa (cerca de la actual residencia del Presidente del Gobierno): lo bautizan como «El jardín de la Fuente» y «el banco de los enamorados», donde se sientan. En el otoño, se refugian del frío en un café de Cuatro Caminos, el Franco-Español: «nuestro rincón». Para consolarse de la separación, como dos chiquillos, se inventan un recurso: todas las noches, entre 11 y 12, se encuentran, con la imaginación, en su «tercer mundo» (ése será el título de una obra de teatro de ella).

Lo mismo que cualquier joven enamorado, Antonio le escribe cartas que terminan con una ristra de piropos: « ¡Adiós, preciosa, encanto, milagro, maravilla, reina, diosa de mis entrañas, adiós! (...) Escribe a tu loco. Tuyo, tuyísimo, archituyo...».

Alguna noche, en Madrid, Antonio va al teatro solamente por verla, de lejos. Y sufre de celos, como cualquier mortal: «Mi corazón tiene cada día más amor. Y, aunque sea absurdo, más celos».

Sueña él con los mil detalles de la vida cotidiana, en pareja. Por ejemplo, acompañarla, cuando ella está acatarrada: «Quieta, arropadita en tu cama, porque allí está -a tu cabecera- tu poeta, dándote el calor de su corazón (...) Te aconsejo mucho abrigo y, para sudar un poco, tomar un ponche con una copita de coñac. Es mano de santo».