Sigue: Las mujeres de A. Machado....

Sigue: Las mujeres de A. Machado.

No es éste el Machado trascendental, filosófico, sino un hombre maduro que se ha enamorado de una mujer más joven y que sueña con ella. Hasta el recuerdo de su mujer se ha ido borrando: «El secreto es, sencillamente, que yo no he tenido más amor que éste. Ya hace tiempo que lo he visto claro. Mis otros amores sólo han sido sueños, a través de los cuales vislumbraba yo la mujer real, la diosa. Cuando ésta llegó, todo lo demás se ha borrado. Solamente el recuerdo de mi mujer queda en mí, porque la muerte y la piedad lo han consagrado». ¿Hasta dónde llega este amor? Parece claro que es ella, por sus criterios religiosos, la que impide su consumación. Suele él quejarse de unas barreras que no entiende... pero acepta. Todo parece quedar en un «amor cortés», como el de los trovadores. Aunque algunos detalles apuntan a algo más. Una vez, ella va a Hendaya, para reponerse. Hasta allí acude Antonio. Contemplan el río Bidasoa y, al fondo, Fuenterrabía; pasean por la playa y el cuerpo parece reclamar sus derechos: « ¡Y, en la tersa arena,/cerca de la mar, /tu carne rosa y morena, /súbitamente, Guiomar!».

Antonio, como cualquier novio que se precie, le ha traído un regalo, unos zarcillos de oro, que acaban de un pendiente de nácar: «En el nácar frío/de tu zarcillo en mi boca,/ Guiomar, y en el calofrío/de una amanecida loca». ¿Qué llegó a pasar en esa «amanecida loca»? Nunca lo sabremos.

El amor insatisfecho se sigue refugiando en los sueños. Una vez, sueña él que les casa en Segovia, en el monasterio del Parral, al son de La Marsellesa, un fraile que resulta ser don Miguel de Unamuno. Otra vez, algo semejante tiene un final feliz:

«Soñé, sencillamente, que me casaba contigo (...) Mi estado de espíritu era, en esta ocasión, de una alegría rebosante, todo lo contrario de lo que fue, en mis nupcias auténticas. La ceremonia fue entonces, para mí, un verdadero martirio. Y, ahora, salía yo contigo, del brazo, lleno de alegría y de orgullo. Se diría que, en el sueño, tomaba yo el desquite de nuestro secreto amor, pregonándolo a los cuatro vientos... El resto del sueño, no te lo puedo contar. Es demasiado feliz, aun para contarlo».

Luego, la guerra los separa: ella, con su familia, se va a Portugal, después de haber destruído muchas de sus cartas; él, a la Valencia republicana: «De mar a mar, entre los dos, la guerra,/ más honda que la mar...».

En sus «Canciones a Guiomar», insiste Machado en la trama misteriosa que enlaza la realidad con el ensueño: «Todo amor es fantasía: / él inventa el año, el día, / la hora y su melodía; / inventa el amante, y, más, / la amada. No prueba nada /contra el amor, que la amada/no haya existido jamás».

Algunos han utilizado estos versos para concluir que Guiomar fue solamente un sueño poético: las cartas que conservamos indican otra cosa. Otros la han enjuiciado con dureza: quizá no amó de verdad a Machado, quiso aprovecharse de su fama... En todo caso, él sí sintió renacer, con ella, sus viejas ilusiones. Cuando Antonio Machado muere, en Collioure, hace exactamente 75 años, su hermano José encuentra, en su chaqueta, un papelillo arrugado. En él ha escrito la cita del Hamlet («To be or not to be») y el último verso que ha escrito, con sus más dulces recuerdos sevillanos: «Estos días azules y este sol de la infancia...»

Pero también guardaba allí una variante de una de sus Canciones a Guiomar: «Y te daré mi canción:/ «Se canta lo que pierde»/, con un papagayo verde/ que la diga en tu balcón: / se canta lo que se pierde». Es difícil imaginar mejor definición de la poesía: «Se canta lo

Quien sacó a relucir esa obsesión fue la propia Pilar, para recrear y alimentar para siempre su propio mito, por narcisismo. Es una pena que, para conmemorar el 75 aniversario de la muerte de Machado, ABC no tenga otras historias mejores que contar sobre este gran poeta y, puestos a tirar de Guiomar, que no se documenten con alguno de los excelentes estudios sobre Machado que tratan de forma muy fiable este asunto.

El gran amor de Antonio Machado es a Leonor y basta con leer los más grandes poemas de amor a ella dedicados y compararlos con los dedicados a Guiomar, donde se nota el gran amor de Machado a Manrique, de donde saca el no, mbre de su oculta amada, que no enamorada. Si en los primeros versos dedicados a Leonor su calidad literaria surge de un corazón que arde en un amor injustamente quebrado, en las poesías a Guimar le salva la calidad, mo el amor aparente, artificial y casi imaginario del autor de Campos de Castilla. La noticia es que el amor a Leonor es eterno y el de Guiomar es efí mero. Las poesías a Leonor hablan a gritos de un corazón roto y eso es el verdadero amor, un alma en expectativa y traicionado por la vida que es cruel casi siempre. " ¿No ves, Leonor,... los ramajes yertos?.... Dame tu mano y paseemos. Por estos campos de la tierra mıa.... voy caminando solo, cansado, pensativo y viejo" La falta de Guiomar no produjo en el bueno de Don Antonio esta sensación, ni de lejos.

Qué temeridad y arrogancia el titular "La mujer que más amó Machado". Eso hubiera querido la tal Guiomar, una pájara de mucho ciudado que acosó a Machado hasta enredarle y lo utilizó para vengarse de su infiel marido. Y luego, si te he visto no me acuerdo, a pasar la guerra plácidamente en Estoril con su maridito mientras Machado las pasaba canutas en Madrid, Valencia, y no digamos en el pase final de los Pirineos. La tal Guiomar era una narcisista que no tuvo reparos en airear unas cartas privadas para fabricarse su propio mito, para su mayor gloria. Si quieren decir "La mujer que enganchó a Machado hasta hacerle un infeliz", vale, pero el gran amor de Machado, que se sepa diga lo que diga esta tipa, fue Leonor. Claro que depende de qué se entienda por amor.