Sí, están muy bien esos comentarios y se aprende de...

PARA LA MISMA
Rubén Darío

Miré al sentarme á la mesa,
Bañado en la luz del día
El retrato de María,
La cubana-japonesa.

El aire acaricia y besa
Como un amante lo haría,
La orgullosa bizarría
De la cabellera espesa.

Diera un tesoro el Mikado
Por sentirse acariciado
Por princesa tan gentil,

Digna de que un gran pintor
La pinte junto á una flor
En un vaso de marfil.

El poema que analizaremos son obra de Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916). Es una de las máximas figuras de la literatura hispanoamericana cuya influencia ha dejado huella en todos los países de habla española. Protagonizó una auténtica revolución al crear una “nueva“ poesía, que surge de la transformación de la tradición a las nuevas modernistas. Ello da lugar a un nuevo arte con raíces clásicas grecolatinas y españolas, parnasianas y simbolistas francesas.

En su obra conjuga el medievo y el orientalismo romántico, la música, la pintura y la decoración, la sensualidad pagana y el misticismo cristiano, el prerrafaelismo y el helenismo, los colores y los sonidos. Experimentó y adaptó metros extraños a la tradición lírica española, creó imágenes inauditas, consiguió ritmos exquisitos y persiguió la perfección de la obra de arte hasta conseguirla.

Escribió prosa y poesía. De toda su producción destacan tres obras que ayudan a comprender la evolución del Modernismo: Azul (1888), donde el autor muestra sus preferencias y cosmopolitismo; Prosas profanas, publicado en 1896, en el que predominan grandes variaciones temáticas y métricas; y Cantos de Vida y Esperanza (1905) de contenido existencial.

El Modernismo surge como una rebelión a los antiguos modelos del pasado, es un enorme deseo de cambio de las formas tradicionales y de la cultura de la mayoría. En este movimiento se encontrarán personajes como José Martí, Gutiérrez Nájera o Rubén Darío.
Para la misma está incluido dentro de Prosas profanas, donde se reúnen los poemas escritos entre 1891 y 1896. Segundo de una serie de dos («Para una cubana” y ‘”Para la misma”) que dedicó a una cubana-japonesa.

Desde el punto de vista del contenido, el tema del poema es la original belleza y la exótica dualidad de María Cay: mujer cubana-japonesa, hermana de Raoul Cay, al que conoció, entre otros artistas, durante la escala que hizo en 1892 en La Habana, cuando viajaba por primera vez hacia España. Se trata pues, de un homenaje lírico a una beldad de la alta sociedad habanera, en clave colorista y sensual de la primera época modernista de Darío, más desenfadada y menos trascendente.

La estructura va a recoger la admiración que esa hermosura despierta en el poeta, que va in crescendo a lo largo de los versos, hasta culminar en el clímax final. Así, podríamos hallar:

1.- Presentación (versos 1-4). Se anuncia el objeto que capta la atención del yo lírico: “el retrato de María/ la cubana-japonesa”. Hay otra puntualización en esta primera redondilla: la localización del espacio y el motivo de esa admiración: no hay intimidad entre el poeta y la bella, no se trata de un poema de amor. Y nos lo hace ver primero, sentándose “a la mesa”, lugar poco adecuado a la intimidad amorosa; segundo, dirigiendo sus requiebros no a la dama, sino a su“retrato”; y tercero, lo hace a plena luz del día, luz que “baña”el retrato de María, y que, por lo tanto, no es una luz tenue o difusa que pudiera parecer sugerente o propicia al coqueteo. Quedan claras, pues, las intenciones del poeta, que no se coloca en el plano del amante dirigiéndose a la amada, tal vez por la condición de prometida del general Lachambre, sino como simple admirador, un poco distante, de su hermosura.

2.- Nudo: (versos 5-11). El poeta va a describir el cúmulo de sensaciones que se agolpan al contemplar ese objeto: la belleza única de la mujer. Los versos 5-8, retratan la hermosura despampanante propia de las cubanas, mezclando elementos pertenecientes al campo sensorial “acaricia”, “besa” con otros propios de la hermosura física y material: “cabellera espesa”. Aparece en esta redondilla “el aire”, otro elemento que habita en las composiciones de los modernistas y que aquí adopta el papel de amante. Los versos 9-11 recogen el otro extremo de esta bipolaridad: la belleza japonesa, tan singular, propia de una “princesa tan gentil”. La apariencia externa de María es la de una exuberante mujer cubana, poseedora de una gran sensualidad. La apariencia interna, el espíritu y el alma de la mujer se asemejan al de una princesa japonesa, sensible, sutil, dulce y delicada.

3.- Desenlace (versos 12-14). Tanta profusión de sentimientos culmina concluyendo la deuda que se contrae con ese objeto: “un gran pintor” debería retratar, no sólo la belleza física (perecedera, mutante, variable, como la de “una flor”), sino también la belleza interior, su valor como ser humano, (inmortal, invariable e imperecedero, semejante a la valía del “marfil”). Sólo un maestro podría reflejar el paradigma del Ideal rubeniano.

Todas las estrofas mantienen una cierta autonomía temática (poseen valor por sí mismas (sin que sea necesario el sentido de las estrofas anteriores o posteriores), pero se van engarzando para dotar una única unidad de sentido. Cada unidad métrica es un poema cerrado con todos los elementos suficientes para comunicar aquello que el escritor se propuso.

Para la misma es un soneto que utiliza como base el verso octosílabo y sigue la forma clásica de la estrofa cuaternaria: REDONDILLAS (abba-abba) y las ternarias se adaptan al paradigma ccd-eed.

El poema se inicia con un verbo,“Miré”, como si ya desde la primera palabra quisiera el poeta, con un verbo sensorial, dejar clara su inequívoca adscripción modernista. Identifica con el nombre propio María la mujer retratada. Nombre que no volverá a aparecer, a pesar de que todo el poema sea una alabanza ella. La elipsis del sujeto es manifiesta.

Respecto a los tiempos verbales, se puede destacar cómo el modo perfectivo del indefinido pone distancia entre ese “Miré” y el resto del poema con verbos en presente; el poeta, en un primer momento (primera estrofa),“miró” el retrato colocado en un plano físico de realidad material y, sin embargo, el resto del poema opera en otro plano más de ensoñación (uso de condicional, imperfecto de subjuntivo o presente de indicativo que el que aquellos objetos reales y tangibles: mesa y retrato parecían proponer.

La aliteración de m en el primer verso “Miré al sentarme a la mesa”, la untuosidad de las nasales nos causa la impresión de deliciosa expectativa ante lo que nos podamos encontrar sobre esa mesa, parece que estamos—mmm—relamiéndonos por anticipado ante un festín.

Aflora en el cuarto verso la dualidad -muy presente en la poesía de Rubén Darío-. En el poema que nos ocupa la dualidad la representa la propia protagonista por su condición de cubana-japonesa, dándose en ella la fusión de esos dos mundos distantes, casi antitéticos.

En la personificación “el aire acaricia y besa /como un amante lo haría”, entrevemos lo que quisiera hacer el poeta; pero deja ese papel en los figurados labios y manos del meteoro, que con ese símil actúa como si fuera un amante. De este modo, se mantiene ese tono galante que venimos observando en el poeta.

Aparece la adjetivación en los versos 7 y 8, dos adjetivos, antepuesto el primero y pospuesto el segundo, que forman un conjunto de tono quiasmático. Dos versos que son la exigua propuesta descriptiva que deja envuelta en un halo de misterio a la protagonista, y descripción enfocada sólo sobre un elemento de la anatomía de la dama:”orgullosa bizarría/cabellera espesa”.

Se inicia el primer tercetillo con un hipérbaton, con un verbo, como lo hiciera la primera redondilla, que focaliza la atención sobre la hipérbole “Diera un tesoro”, y el personaje que debiera ofrecer ese tesoro no es un cualquiera, es el Mikado, el emperador del Japón; apreciándose en ello dos de las características de la escuela modernista rubeniana: el gusto por el lujo y por los lugares exóticos y lejanos, haciendo alarde, además, del cultismo léxico.

La anáfora de los dos versos siguientes (10 y 11): “por sentirse acariciado/por princesa tan gentil”, (en la que destaca el tono hiperbólico: la bella ha pasado a ser una princesa), da cadencia al ritmo del poema, ritmo tan perseguido siempre por Rubén Darío en toda su poesía. También contribuye a lo acusado del ritmo final del poema la terminación oxítona de los seis últimos versos, sobre todo esas dos agudas i finales de cada estrofa.

Observamos una dilogía en el adjetivo “gentil”, si nos alejamos del sentido lógico de gracia o donaire, más factible por la determinación del cuantificador, para acercarnos a la acepción de tono religioso, pues ya sabemos del gusto de Darío por las religiones alternativas y el esoterismo: ¿donosa o pagana?, puede reflejar una inquietante ambigüedad.

El adjetivo “marfil”, arquetipo de lujo y exotismo, se armoniza con la flor y la dama: la belleza junto al color y la armonía—los tres elementos clave de la estética del movimiento- que han de quedar eternizadas, a salvo de la acción corruptora del tiempo, por la mano de un “gran pintor”.

Cabrero qué maravilla de comentarios de texto.

Recuerdo que fuiste tú quien me descubrió La Cubana Japonesa.

Un abrazo.

Sí, están muy bien esos comentarios y se aprende de ellos. En realidad de quien se aprende es de los maestros y los comentarios dicen
atributos de los trabajos de esos maestros, normalmente referidos brevemente al plano general del autor y muy centrados en el poema
concreto que se analiza.

Feliz domingo lluvioso.