LA POESÍA DE UNAMUNO (CONT...)
La Muerte, la Nada: Unamuno protesta con terrible rebeldía contra la muerte, a la que no se quiere someter. “No quiero morirme, no, no quiero quererlo, quiero vivir siempre”. “Con razón, sin razón o contra ella, no me da la gana de morirme... yo no dimito de la vida, se me destruirá con ella”. La Muerte cruza siempre por los versos de Unamuno como figura de mujer, de madre; de madre que en sus brazos adormenta dulcemente al niño. “Oh Muerta, casta Muerte, madre de la vida”. Unamuno le suplica que nos aduerma en sus brazos maternalmente, pues los hombres somos sus hijos. La Nada: Es la severa madre del hombre. “No perdona la nada a su hijo el hombre y nada espero”. La Nada es la acechante centinela.
El Sueño: Anticipación del morir, frontera de la muerte. Como huida de la agonía, es el sueño “cariñoso amigo, fiel y discreto del alma enferma”. Es el símbolo de la madre tierna que arrulla al niño con canciones.
Dios: Dios es un ser que necesita al hombre para ser. Dios y el hombre se hacen mutuamente. Dios se revela en el hombre y el hombre se hace en Dios. Estamos creando a Dios a nuestra imagen interiormente, y él nos está creando a nosotros continuamente también. “Hemos creado a Dios para salvar el Universo de la nada. Para Unamuno, lo mismo que para la antigüedad clásica, lo divino y lo human o son caras de la misma realidad: la divinación de todo es lo mismo que la humanización de todo. Dios es un padre poderoso en cuyo pecho se encuentra la paz. Pero el impulso de unirse con Dios, perder su persona, es rechazado: “Querría, Dios, querer lo que no quiero”. El interior de Unamuno se opone a esta unión. El beso de Dios, que es el beso de la muerte, quita el aliento. Así Unamuno pide igualarse con Dios, pide beligerancia, lucha cuerpo a cuerpo. No aniquilamiento místico en Dios, sino agónico combate por ser y más ser, por metavivir.
En su Cancionero final, Unamuno descubre la sonrisa de Dios, pero tras ella los dientes, mueca de celos:
Nos sonrió el Señor;
mas entre la sonrisa asomaron
sus dientes –el Señor sufre de celos–.
Para Él todo el amor.
El Dios de Unamuno es un Dios creado, un Dios creído. En el fondo “el implacable ceño de Dios no nos deja aprender su misterio”. Somos sueño de Dios, al que adormecemos con nuestros cantos, para que siga soñándonos:
¿Soñar la muerte no es matar el sueño?
¿Vivir el sueño no es matar la vida?
¿Por qué poner en ello tanto empeño,
aprender lo que al punto al fin se olvida
escudriñando el implacable ceño
–cielo desierto– del eterno dueño?
Los Cristos de Unamuno: Sólo no sufre lo muerto, lo inhumano. Dios se nos revela porque sufre y porque sufrimos. Sólo es persona quien sufre. Cristo es el Hombre, la Humanidad toda hecha Persona. Cristo es la recapitulación de todo, la “apocatástasis” (del griego ἀποκατάστασις, restablecimiento: Retorno de todas las cosas o de cualquiera de ellas a su primitivo punto de partida). Cristo sobrenaturalizó todo lo natural humanizándolo, y lo humanizó sufriendo. Es el Cristianismo agónico de Unamuno. El Cristo agonizante, que está más cerca del hombre que de Dios. Este Cristo nos consuela de nuestro miedo a la nada, de nuestra ansia de inmortalidad.
El Cristo de Cabrera, poema escrito en 1887, es un Cristo campesino, grosero, en el que se reflejan los feos vicios humanos. El es Cristo fruto de los vicios de los hombres.
El Cristo yacente de Santa Clara, el Cristo de las clarisas de Palencia, es un poema escrito en 1913 y contrapunto del Cristo de Velázquez. Es un Cristo muerto, es un Cristo cadáver. Ante este Cristo castellano, trágico, reacciona Unamuno con el poema del Cristo de Velázquez: “He aquí al Hombre”. Este Cristo es la Humanidad de Dios. Es el Cristo que, por humanizado, es sobrenatural.
Para Unamuno, el verso es la memoria misma y todo lo que vive vive en la memoria del corazón. La “humanación” es una constante de su estilo. Unamuno anima de forma humana todo el Universo. Todo sentimiento es antropomórfico, ya sea del mundo, de Dios o del Universo en general. Debajo del Cosmos palpitan creaciones antropomórficas. Esta es una concepción helénica. La persona viva, concreta, de carne y hueso, era lo que más le importaba a Unamuno; por eso personifica, humaniza, “humana” todo. Al personificar a todo el Universo, se le da vida, porque lo importante es no morir del todo, es encontrar la eternidad, es la victoria sobre la muerte y la nada.
La Muerte, la Nada: Unamuno protesta con terrible rebeldía contra la muerte, a la que no se quiere someter. “No quiero morirme, no, no quiero quererlo, quiero vivir siempre”. “Con razón, sin razón o contra ella, no me da la gana de morirme... yo no dimito de la vida, se me destruirá con ella”. La Muerte cruza siempre por los versos de Unamuno como figura de mujer, de madre; de madre que en sus brazos adormenta dulcemente al niño. “Oh Muerta, casta Muerte, madre de la vida”. Unamuno le suplica que nos aduerma en sus brazos maternalmente, pues los hombres somos sus hijos. La Nada: Es la severa madre del hombre. “No perdona la nada a su hijo el hombre y nada espero”. La Nada es la acechante centinela.
El Sueño: Anticipación del morir, frontera de la muerte. Como huida de la agonía, es el sueño “cariñoso amigo, fiel y discreto del alma enferma”. Es el símbolo de la madre tierna que arrulla al niño con canciones.
Dios: Dios es un ser que necesita al hombre para ser. Dios y el hombre se hacen mutuamente. Dios se revela en el hombre y el hombre se hace en Dios. Estamos creando a Dios a nuestra imagen interiormente, y él nos está creando a nosotros continuamente también. “Hemos creado a Dios para salvar el Universo de la nada. Para Unamuno, lo mismo que para la antigüedad clásica, lo divino y lo human o son caras de la misma realidad: la divinación de todo es lo mismo que la humanización de todo. Dios es un padre poderoso en cuyo pecho se encuentra la paz. Pero el impulso de unirse con Dios, perder su persona, es rechazado: “Querría, Dios, querer lo que no quiero”. El interior de Unamuno se opone a esta unión. El beso de Dios, que es el beso de la muerte, quita el aliento. Así Unamuno pide igualarse con Dios, pide beligerancia, lucha cuerpo a cuerpo. No aniquilamiento místico en Dios, sino agónico combate por ser y más ser, por metavivir.
En su Cancionero final, Unamuno descubre la sonrisa de Dios, pero tras ella los dientes, mueca de celos:
Nos sonrió el Señor;
mas entre la sonrisa asomaron
sus dientes –el Señor sufre de celos–.
Para Él todo el amor.
El Dios de Unamuno es un Dios creado, un Dios creído. En el fondo “el implacable ceño de Dios no nos deja aprender su misterio”. Somos sueño de Dios, al que adormecemos con nuestros cantos, para que siga soñándonos:
¿Soñar la muerte no es matar el sueño?
¿Vivir el sueño no es matar la vida?
¿Por qué poner en ello tanto empeño,
aprender lo que al punto al fin se olvida
escudriñando el implacable ceño
–cielo desierto– del eterno dueño?
Los Cristos de Unamuno: Sólo no sufre lo muerto, lo inhumano. Dios se nos revela porque sufre y porque sufrimos. Sólo es persona quien sufre. Cristo es el Hombre, la Humanidad toda hecha Persona. Cristo es la recapitulación de todo, la “apocatástasis” (del griego ἀποκατάστασις, restablecimiento: Retorno de todas las cosas o de cualquiera de ellas a su primitivo punto de partida). Cristo sobrenaturalizó todo lo natural humanizándolo, y lo humanizó sufriendo. Es el Cristianismo agónico de Unamuno. El Cristo agonizante, que está más cerca del hombre que de Dios. Este Cristo nos consuela de nuestro miedo a la nada, de nuestra ansia de inmortalidad.
El Cristo de Cabrera, poema escrito en 1887, es un Cristo campesino, grosero, en el que se reflejan los feos vicios humanos. El es Cristo fruto de los vicios de los hombres.
El Cristo yacente de Santa Clara, el Cristo de las clarisas de Palencia, es un poema escrito en 1913 y contrapunto del Cristo de Velázquez. Es un Cristo muerto, es un Cristo cadáver. Ante este Cristo castellano, trágico, reacciona Unamuno con el poema del Cristo de Velázquez: “He aquí al Hombre”. Este Cristo es la Humanidad de Dios. Es el Cristo que, por humanizado, es sobrenatural.
Para Unamuno, el verso es la memoria misma y todo lo que vive vive en la memoria del corazón. La “humanación” es una constante de su estilo. Unamuno anima de forma humana todo el Universo. Todo sentimiento es antropomórfico, ya sea del mundo, de Dios o del Universo en general. Debajo del Cosmos palpitan creaciones antropomórficas. Esta es una concepción helénica. La persona viva, concreta, de carne y hueso, era lo que más le importaba a Unamuno; por eso personifica, humaniza, “humana” todo. Al personificar a todo el Universo, se le da vida, porque lo importante es no morir del todo, es encontrar la eternidad, es la victoria sobre la muerte y la nada.