CONTINUACIÓN: MÁS SOBRE EL MODERNISMO......

CONTINUACIÓN: MÁS SOBRE EL MODERNISMO...

Pero si todos estos influjos derivan del citado despego de la inmediata tradición española, la excepción será la influencia de Bécquer. Y es que el autor de las Rimas era, entre nosotros, un precursor del Simbolismo (véase el símbolo del arpa olvidada). De él arranca una veta intimista y sentimental que reconocerán los poetas modernistas desde Rubén a Juan Ramón, pasando por Machado y tantos otros. En suma, Bécquer enlaza el Romanticismo y la poesía contemporánea.

Lo asombroso es que todas éstas raíces literarias se funden en una nueva estética. Como ha dicho Schulman, el Modernismo es “un arte sincrético”, en el que se entrelazan armónicamente “3 corrientes: una extranjerizante, otra americana y la tercera hispánica”.

Los temas

Se apunta en 2 direcciones.

Una atiende a la exterioridad sensible (imágenes legendarias, paganas, exóticas, etc.) La otra línea apunta a la intimidad del poeta (ora vitalista, ora melancólica y angustiada).

Pues bien, a partir de este 2º aspecto se explica mejor el sentido unitario de toda la temática modernista.

1. Una desazón “romántica”. Así, son notables las afinidades de talante entre románticos y modernistas: análogo malestar, semejante rechazo de una sociedad vulgar, parecida sensación de desarraigo, de soledad... La nueva crisis espiritual exalta otra vez, por encima de la razón, las pasiones y lo irracional; y la literatura vuelve a dar entrada al misterio, a lo fantástico, a los sueños...

Pero lo más importante son las manifestaciones de hastío y de profunda tristeza. La melancolía y la angustia son sentimientos centrales. Prueba de ello son la presencia de lo otoñal, crepuscular, la noche, temas reveladores de ése malestar “romántico” de quienes se sienten insatisfechos del mundo en que viven.

2. El “escapismo”. La actitud así llamada se explica por lo dicho antes. El modernista -como el romántico- huye a veces del mundo por los caminos del ensueño. Pero ahora la evasión se nutre con una elegancia exquisita aprendida de los parnasianos.

Hay una evasión en el espacio: ese conocido exotismo, cuyo aspecto más notorio es lo oriental. Y una evasión en el tiempo, hacia el pasado medieval, renacentista, dieciochesco, etc., fuente de espléndidas evocaciones históricas o legendarias. A ello se añade el gusto por la mitología clásica, con su sensualidad pagana. 3. El cosmopolitismo. Está ligado a lo anterior: un aspecto más de la necesidad de

Evasión, del anhelo de buscar lo distinto, lo aristocrático. Y eso cosmopolitismo desembocó, sobre todo, en la devoción por París, meta e inspiración de tantos modernistas, con su Montmartre, sus cafés, sus bohemios o sus “dandys”, sus “dames galantes”...

4. El amor y el erotismo. Hay en la temática modernista un contrraste reiterado entre un amor delicado y un intenso erotismo. Así, de una parte, veríamos una idealización del amor y de la mujer, aunque ese ideal irá acompañado casi siempre de languidez, de melancolía: se trata de un nuevo cultivo del tema del amor imposible. Frente a ello, habrá muestras de un erotismo desenfrenado: sensuales descripciones, frecuentemente unidas a evocaciones paganas, exóticas o parisienses. Ello es interpretable, a veces, como un desahogo vitalista ante las frustraciones; otras veces, enlaza con actitudes asociales y amorales.

5. Los temas americanos. El cultivo de temas indígenas podría parecer en contradicción con el cosmopolitismo. Al principio, sin embargo, se trató de una manifestación más de la evasión hacia el pasado y sus mitos. Posteriormente, en cambio, si los modernistas hispanoamericanos incrementan el cultivo de los temas autóctonos, será con el anhelo de buscar las raíces de una personalidad colectiva.

6. Lo hispánico. Esa misma búsqueda de raíces explicará también la entrada de los temas hispanos. Si en los orígenes hubo aquel desvío de lo español, más tarde -tras el 98- hay un nuevo acercamiento, un sentimiento de solidaridad de los pueblos hispánicos frente a la pujanza de los EE. UU. Rubén Darío, una vez más, es el ejemplo, con sus Cantos de vida y esperanza, en que exalta lo español como un acervo de valores humanos y culturales frente a la civilización yanqui.

En conclusión, la temática modernista revela, por una parte, un anhelo de armonía frente a un mundo que se siente inarmónico: un ansia de plenitud y de perfección, espoleada por íntimas angustias; y, por otra parte, una búsqueda de raíces en medio de aquella crisis que produjo un sentimiento de desarraigo en el escritor.

La estética modernista

Esas mismas ansias de armonía, de perfección, de belleza son también las raíces de su estética.

De ahí, el esteticismo dominante (aunque el Modernismo no sea sólo eso) y la concepción desinteresada del arte. Recuérdese el ideal parnasiano de “el arte por el arte”.

Ello mismo es especialmente aplicable a la primera etapa del Modernismo (hasta 1896).

A ello se una la busca de valores sensoriales. Es “una literatura de los sentidos”. Todo -el paisaje, una mujer, una melodía- es fuente de goce para el oído, para la vista, para el tacto..., y de refinados efectos sensoriales y hasta sensuales.

Tales efectos se consiguen gracias a un prodigioso manejo del idioma, aspecto esencial al que dedicamos los párrafos siguientes.

Renovación del Lenguaje

Nunca se insistirá bastante en el enriquecimiento estilístico que supone el Modernismo. Y ello en 2 direcciones:

De una parte, en el sentido de la brillantez y de los grandes efectos (lo que corresponde a sus esplendorosas evocaciones); de otra, en el sentido de lo delicado, de lo delicuescente (tonos más acordes con la expresión de la intimidad).

Así sucede con el color. Son riquísimos los efectos plásticos que se consiguen en ambas direcciones: desde lo más brillante (amor lleno de púrpura y oros) hasta lo tenuemente matizado (diosa blanca, rosa y rubia hermana)

Y lo mismo ocurre con los efectos sonoros, desde los acordes rotundos (la voz robusta de las trompas de oro) hasta la musicalidad lánguida (iban frases vagas y tenues suspiros/entre los sollozos de los violoncelos) o simplemente juguetón; (sonora, argentina, fresca,/la victoria de tu risa/funambulesca).

Los modernistas saben servirse de todos aquellos recursos estilísticos que se caractericen por su valor ornamental o por su poder sugeridor (o por ambas cosas). Veamos algunas muestras:

Abundantes recursos fónicos responden al ideal de musicalidad. Así, los simbolismos fonéticos (las trompas guerreras resuenan), la armonía imitativa (está mudo el teclado de su clave sonoro) o la simple aliteración (bajo el ala aleve del leve abanico).

El léxico se enriquece con cultismos o voces de exóticas resonancias, o con adjetivación ornamental: unicornio, dromedario, gobelinos, ebúrneo cisne (de marfil), etc.

La preeminencia de lo sensorial se manifiesta en el copioso empleo de sinestesias, a veces audaces: furias escarlatas y rojos destinos, verso azul, esperanza olorosa, risa de oro, sones alados, etc.

Añádase la riqueza de imágenes, no pocas veces deslumbrantes, novísimas: “Nada más triste que un titán que llora,/ hombre-montaña encadenado a un lirio”, “la libélula vaga de una vaga ilusión”; “y la carne que tienta con sus frescos racimos”.

La métrica

El ansia de armonía y el “imperio de la música” conducen a un inmenso enriquecimiento de ritmos. Se prolongan las aportaciones de los románticos, se incorporan formas procedentes de Francia, se resucitan versos y estrofas antiguos... Y a todo ello se añaden hallazgos personalísimos.

El verso preferido es el alejandrino, enriquecido con nuevos esquemas acentuales. Y con él se combinan ahora versos trimembres (el trimètre romantique francés). Un ejemplo:

Adiós -dije-, países / que me fuisteis esquivos;

Adiós, peñascos / enemigos / del poeta.

SIGUE...