A SANTIAGO...

A SANTIAGO
Fray Luis de León

Las selvas conmoviera,
las fieras alimañas, como Orfeo,
si ya mi canto fuera
igual a mi deseo;
cantando el nombre santo Zebedeo.
Y fueran sus hazañas
por mí con voz eterna celebradas,
por quien son las Españas
del yugo desatadas
del bárbaro furor y libertadas.
Y aquella nao dichosa
del cielo esclarecer merecedora,
que joya tan preciosa
nos trujo, fuera agora
cantada del que en Citia y Cairo mora.
Osa el cruel tirano
ensangrentar en ti su injusta espada:
no fué consejo humano;
estaba a ti ordenada
la primera corona y consagrada.
La fe que a Cristo diste
con presta diligencia has ya cumplido:
de su cáliz bebiste,
apenas que subido
al cielo retornó, de ti partido.
No sufre su larga ausencia,
no sufre, no, el amor que es verdadero:
la muerte y su inclemencia
tiene por muy ligero
medio, por ver al dulce compañero.
Cual suele el fiel sirviente,
si en medio la jornada le han dejado,
que haciendo prestamente
lo que le fue mandado,
torna buscando al amo ya alejado;
ansí entregado al viento
del mar Egeo al mar de Atlante vuela;
do, puesto el fundamento
de la cristiana escuela,
torna buscando a Cristo a remo y vela.
Allí por la maldita
mano el sagrado cuello fué cortado:
camina en paz, bendita
alma, que ya has llegado
al término por ti tan deseado.
A España, a quien amaste
(que siempre al buen principio el fin responde),
tu cuerpo le enviaste
para dar luz adonde
el sol su claridad cubre y esconde.
Por los tendidos mares
la rica navecilla va cortando:
Nereidas a millares
del agua el pecho alzando
turbadas entre sí la van mirando.
Y dellas hubo alguna,
que con las manos de la nave asida
la aguija con la una,
y con la otra tendida
a las demás que lleguen las convida.
Ya pasa del Egeo,
vuela por el Ionio, atrás ya deja
el puerto Lilibeo,
de Córcega se aleja,
y por llegar al nuestro mar se aqueja.
Esfuerza, viento, esfuerza;
hinche la santa vela, embiste en popa:
el curso haz que no tuerza
do Abila casi topa
con Calpe, hasta llegar al fin de Europa.
Y tú, España, segura
del mal y cautiverio que te espera,
con fe y voluntad pura
ocupa la ribera;
recibirás tu guarda verdadera.
Que tiempo será cuando
de innumerables huestes rodeada,
del cetro real y mando
te verás derrocada,
en sangre, en llanto y en dolor bañada.
De hacia el Mediodía
oye que ya la voz amarga suena;
la mar de Berbería
de flotas veo llena;
hierve la costa en gente, en sol la arena.
Con voluntad conforme
las proas contra ti se dan al viento
y con clamor deforme
de pavoroso acento
avivan de remar el movimiento.
Y la infernal Meguera,
la frente de ponzoña coronada,
guía la delantera
de la morisca armada,
de fuego, de furor, de muerte armada.
Cielos, so cuyo amparo
España está, merced en tanta afrenta;
si ya este suelo caro
os fué, nunca consienta
vuestra piedad que mal tan crudo sienta.
Mas ¡ay! que la sentencia
en tabla de diamante está esculpida;
del Godo la potencia
por el suelo caída,
España en breve tiempo es destruída.
¿Cuál río caudaloso
que los opuestos muelles ha rompido
con sonido espantoso,
por los campos tendido
tan presto y tan feroz jamás se vido?
Mas cese el triste llanto,
recobre el Español su bravo pecho:
que ya el Apóstol santo,
un otro Marte hecho,
del cielo viene a dalle su derecho.
Vesle de limpio acero
cercano, y con espada relumbrante,
como rayo ligero,
cuanto le va delante
destroza y desbarata en un instante.
De grave espanto herido
los rayos de su vista no sostiene
el Moro descreído;
por valiente se tiene
cualquier que para huir ánimo tiene.
Huye, si puedes tanto,
huye; más por demás, que no hay huída:
bebe dolor y llanto
por la mesma medida
con que ya España fué de ti medida.
Como león hambriento,
sigue, teñida en sangre espada y mano,
de más sangre sediento,
al Moro que huye en vano;
de muertos queda lleno el monte, el llano.
¡Oh gloria, oh gran prez nuestra,
escudo fiel, oh celestial guerrero!
vencido ya se muestra
al Africano fiero
por ti, tan orgulloso de primero.
Por ti del vituperio,
por ti de la afrentosa servidumbre
y triste cautiverio
libres en clara lumbre
y de la gloria estamos en la cumbre.
Siempre venció tu espada,
o fuese de tu mano poderosa
o fuese meneada
de aquella generosa
que sigue tu milicia religiosa.
De tu virtud divina
la fama que resuena en toda parte,
siquiera sea vecina,
siquiera más se aparte,
a la gente conduce a visitarte.
El áspero camino
vence con devoción, y al fin te adora
el Franco, el peregrino
que Libia descolora,
el que en Poniente, el que en Levante mora.