OK. Bonita biografía.

Pere Gimferrer, el hombre cuyos poemas nadie comprendía.

(ANNA MARIA IGLESIAS)

“No se preocupe, seguramente no habrá comprendido el poemario, pero es normal. Lo importante es que le haya interesado”. Así comienza la entrevista con Pere Gimferrer en el Hotel de las Letras de Madrid; en estos días de promoción, el poeta y académico catalán ha repetido en más de una ocasión la incomprensión de sus poemas, “lo más normal es que los lectores no comprendan mis poemas a causa de la concesión por parte de los poemas mismos a la introducción de citas, tiempos, filosofías absolutamente distintas”, sostiene el escritor, para quien la poesía es, ante todo, “un artefacto estético”, donde todo puede tener cabida, “desde la cultura popular hasta las manifestaciones más elevadas”.

Ocupa Gimferrer desde hace décadas un lugar preferente en la cultura y la literatura españolas. El veterano y respetado académico, narrador, crítico, ensayista, traductor, editor y sobre todo poeta, inició su exigente aventura lírica en 1966. Desde entonces no ha dejado de dar pruebas de su altura poética nada menos que en tres idiomas: castellano, catalán e italiano. También ha escrito poemas en francés que se niega a mostrar.

El Gimferrer poeta nace del niño que vivía en una Barcelona mordida por la postguerra y que se refugiaba en la lectura. Él es de los que creen que el impulso que nos lleva a escribir es mimético, y la mímesis lo llevó a novelar el álbum ilustrado de un western. Sin embargo, la verdadera seducción sucedió en 1958, cuando con 13 años descubrió a Rubén Darío. “Era el único que me daba un dring, un sonido contemporáneo, aunque también estaban Carner, Aleixandre...”, puntualiza con la precisión suiza que le caracteriza.

Pasó el tiempo y aquel poeta adolescente inauguró la vida universitaria matriculándose en derecho y filosofía y letras, dos carreras que nunca terminó. “Supe muy pronto que no me iba a dedicar a hacer de abogado ni a dar clases. En cambio, el mundo editorial conectaba más con mi vocación”, aclara Gimferrer. Aquel joven que se distraía olisqueando las hojas de los árboles del claustro de la facultad de letras de la Universidad de Barcelona ganó el Premio Nacional de Poesía en 1966 por Arde el mar. Aunque asegura que la distinción no sacudió su rutina. “La gente no estaba para esas cosas, y a mí me preocupaba como quedaría mi próximo libro”, suelta con modestia.

OK. Bonita biografía.