¡Animo D. Severiano! No van a poder con los que estamos por la libertad! Que yo sepa a nadie se le obliga a ir a una "corrida", va el que quiere, y a los españoles nos gusta porque somos latinos, o sea, de sangre caliente, y no va a venir ningún lechuguino de esos de sangre de horchata a decirnos lo que está bien y lo que nó, yo que nunca he ido a los toros creo sinceramente que es mucho mejor ir a una corrida que nó a esas mariconadas como el ballet donde andan los tios como si tuvieran um palo metido en el culo.
Los toros son cosa de hombres, sí sí de hombres, de hombres de pelo en el pecho, bota al hombro y navaja en el bolsillo, de los que olemos a tabaco, a vino, a sudor y a estiércol, de los que solo sueltan una lágrima en su vida, el día que entierran a su madre, de los que nos desayunamos con dos cabezas de ajos y un lienzo tocino, los que dormimos en un colchón de farfollas o de bálago, o en el aparejo el mulo.
Así que basta ya de tanto remilgo, de metroxesuales, de hombres que se depilan, se echan cremas y se perfuman, esos que no valen para el trabajo ni pa la guerra, mindunguis de a tres reales el capacho. Nada que ver con los hombres que hubo en otro tiempo, que calzaban botas de tachuelas y cuando subian por los empedraos de la cuesta El Zacatín, salian llamaradas del violento rozar de las tachuelas con los adoquines, y las mozas, ay las mozas, eso si que eran mujeres como la Carmen de Bisset, mujeres que llevavan la navaja metida en la liga, morenas de ojos negros, como las pintó Julio Romero, mujeres que no dudaban un instante en sacar el revólver y tumbar al que se les pusiera por delante, ¡Cuanta belleza, cuanto orgullo, cuanta valentía y nobleza puso Dios en ésta vieja piel de toro! para que ahora cuatro renegaos se lo quieran cargar así por las buenas.
Bueno podeis insultarme todo lo que querais, no me voy a enfadar, ahora eso sí que nadie me llame hijoputa.
Los toros son cosa de hombres, sí sí de hombres, de hombres de pelo en el pecho, bota al hombro y navaja en el bolsillo, de los que olemos a tabaco, a vino, a sudor y a estiércol, de los que solo sueltan una lágrima en su vida, el día que entierran a su madre, de los que nos desayunamos con dos cabezas de ajos y un lienzo tocino, los que dormimos en un colchón de farfollas o de bálago, o en el aparejo el mulo.
Así que basta ya de tanto remilgo, de metroxesuales, de hombres que se depilan, se echan cremas y se perfuman, esos que no valen para el trabajo ni pa la guerra, mindunguis de a tres reales el capacho. Nada que ver con los hombres que hubo en otro tiempo, que calzaban botas de tachuelas y cuando subian por los empedraos de la cuesta El Zacatín, salian llamaradas del violento rozar de las tachuelas con los adoquines, y las mozas, ay las mozas, eso si que eran mujeres como la Carmen de Bisset, mujeres que llevavan la navaja metida en la liga, morenas de ojos negros, como las pintó Julio Romero, mujeres que no dudaban un instante en sacar el revólver y tumbar al que se les pusiera por delante, ¡Cuanta belleza, cuanto orgullo, cuanta valentía y nobleza puso Dios en ésta vieja piel de toro! para que ahora cuatro renegaos se lo quieran cargar así por las buenas.
Bueno podeis insultarme todo lo que querais, no me voy a enfadar, ahora eso sí que nadie me llame hijoputa.