Algún dia, supongo, se firmará una especie de armisticio, por así decirlo, que acabe de una vez por todas con las especulaciones del sentimiento del toro en una plaza o coso taurino y los escritos y ensayos sobre tauromaquia, pasarán a ser simples manuscritos para la historia y recuerdo para los eruditos del ancestral festejo.
Será algo así como "la firma del acuerdo para que el emblemático astado inicie el camino de manera inexorable hacia su extinción". Tendrá una fecha y quien sabe si una celebración como batalla ganada a la historia y costumbres, similar digamos al "dia del orgullo gay", se llamará algo así como: Dia de la muerte incruenta del Toro; queda bien eso, sin duda todo lo incruento queda bien, pero eso sí, no habrá toros que celebren ese día, vamos, que no habrá toros para celebrar nada; aunque tal vez, al principio, algún viejo astado perdido en alguna dehesa mirará perplejo dicha celebración diciendo para sí:"A vosotros que tanto celebráis, ¿tanto os preocupaba yo, que habéis borrado mi raza de la faz de la tierra?, ¿tanto os molestaba mi gloria y muerte, mi orgullo, mi fama durante 10 minutos a cambio de un lustro de placentera vida?, ¿es mejor esto, la nada, el silencio, el olvido?.
Pasará el tiempo. En algún remoto lugar, un viejo aficionado, evocador del pasado, torero frustado tal vez, removerá entre sus dedos nerviosos y hastiados una estampa que un día fué real, donde un hermoso toro negro bragado, con aire altivo y gallardo esconde su testuz en un trapo grana y oro que revolotea en el aire formando un conjunto armonioso de una belleza tan sublime como solo ellos, toro y capote pueden llegar a alcanzar. Pero solo será una estampa.
Entre tanto, los victoriosos celebrantes se llenarán de razones, mientras en un lugar del Artico, asesinan innecesariamente manadas de focas a palos, o en las Islas Feroe, un puñado de energúmenos realizan una matanza sistemática de cetáceos, formando una orgía de agua salada, sangre y vísceras, aclamados por una muchedumbre aquiescente que, en algún momento, levantó su voz contra la crueldad de la fiesta española. Quien sabe si en algún lugar de Africa, un bienhechor de esa ley disfruta de un excitante y divertido safari clandestino y posa sonriente tras su presa abatida; su diestra sobre un rifle ultramoderno y su siniestra sobre el hombro de otro intrépido cazador que (qué ironía), en su dia enarboló la bandera de la intolerancia taurina.... quién sabe. Un saludo
Será algo así como "la firma del acuerdo para que el emblemático astado inicie el camino de manera inexorable hacia su extinción". Tendrá una fecha y quien sabe si una celebración como batalla ganada a la historia y costumbres, similar digamos al "dia del orgullo gay", se llamará algo así como: Dia de la muerte incruenta del Toro; queda bien eso, sin duda todo lo incruento queda bien, pero eso sí, no habrá toros que celebren ese día, vamos, que no habrá toros para celebrar nada; aunque tal vez, al principio, algún viejo astado perdido en alguna dehesa mirará perplejo dicha celebración diciendo para sí:"A vosotros que tanto celebráis, ¿tanto os preocupaba yo, que habéis borrado mi raza de la faz de la tierra?, ¿tanto os molestaba mi gloria y muerte, mi orgullo, mi fama durante 10 minutos a cambio de un lustro de placentera vida?, ¿es mejor esto, la nada, el silencio, el olvido?.
Pasará el tiempo. En algún remoto lugar, un viejo aficionado, evocador del pasado, torero frustado tal vez, removerá entre sus dedos nerviosos y hastiados una estampa que un día fué real, donde un hermoso toro negro bragado, con aire altivo y gallardo esconde su testuz en un trapo grana y oro que revolotea en el aire formando un conjunto armonioso de una belleza tan sublime como solo ellos, toro y capote pueden llegar a alcanzar. Pero solo será una estampa.
Entre tanto, los victoriosos celebrantes se llenarán de razones, mientras en un lugar del Artico, asesinan innecesariamente manadas de focas a palos, o en las Islas Feroe, un puñado de energúmenos realizan una matanza sistemática de cetáceos, formando una orgía de agua salada, sangre y vísceras, aclamados por una muchedumbre aquiescente que, en algún momento, levantó su voz contra la crueldad de la fiesta española. Quien sabe si en algún lugar de Africa, un bienhechor de esa ley disfruta de un excitante y divertido safari clandestino y posa sonriente tras su presa abatida; su diestra sobre un rifle ultramoderno y su siniestra sobre el hombro de otro intrépido cazador que (qué ironía), en su dia enarboló la bandera de la intolerancia taurina.... quién sabe. Un saludo