Estoy tratando de encontrar evidencias de mi condición de ciudadano que en estos momentos me fastidien más que tener que pagarle a Hacienda y ahora mismo no se me ocurren. Tendré que explicarlo para que no me malinterpreten. Cumplo con todas mis obligaciones cívicas con la mejor disposición, y que me llamen contribuyente me parece hasta un honor, como ser votante o ser miembro activo de la asociación que a mí me viene más en gana. Que no, que yo pago gustoso mis impuestos porque sé que se van a traducir en un colegio estupendo para mis hijos y en un médico siempre que lo necesito, en guardias de tráfico, en policía moderna y eficiente, en carreteras acondicionadas y seguras.
No estoy de coña, de verdad. Quiero creer que si el dinero público se emplea en otra cosa es con la mejor intención y que en última instancia si no nos parece bien cómo está administrado tenemos el bendito derecho de elegir a otros representantes que lo gestionen mejor. Eso por la parte buena del país en que vivimos. Pero por la mala…por la mala me doy perfecta cuenta de que ser ciudadano ejemplar no es motivo de orgullo para la mayoría de los españoles y de que yo pago lo que me corresponde mientras todo quisqui tiene hecho un máster en engañar al fisco. Y además, que el que más tiene es el que más defrauda y a uno se le queda cara de imbécil cuando le preguntan si va a fraccionar el pago. ¿No lo voy a fraccionar, hijo, si llego a fin de mes rezando para que me toquen los cupones?
¿No dicen que los funcionarios trabajan poco? ¿Qué la administración pública está inflada? Pues que transfieran a la mitad de los funcionarios a Hacienda. Todos a inspeccionar. En los comercios, en las grandes empresas, en los despachos, en las consultas, en las pymes y las gestorías. Todos los ojos puestos en los desvíos por los que se oculta el dinero. Porque Hacienda somos todos, pero unos más que otros, qué me van a contar a mí.
C. R.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
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