¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!
Buscando urgentemente en la biblioteca un antídoto contra las bellaquerías del ministro de Educación, me tropiezo con La lengua de las mariposas, de Manuel Rivas: esas pocas palabras sencillas y conmovedoras que clavan el retrato del amor por la escuela y por todo lo sagrado que esta representa. El cuento me recompone el ánimo y me abriga el cuello contra el relente de la política desalmada, pero narra una historia que me huele más a futuro que a pasado: los agentes de la libertad (incluidos por supuesto los maestros) formando cuerda de presos para subir a un camión que habrá de ser despedido con una lluvia de insultos y pedradas procedentes del rebaño temeroso y confundido. Ya ha empezado a ser así metafóricamente, con la criminalización de la disidencia, de la protesta, de la rebeldía; con la imposición del capitalismo caníbal como religión oficial del Estado. Todo metafórico, sí. Pero de ahí a la literalidad no hay nada: unos pasos de claqué, una estimación de voto, un pelo de bigote cuadrado, un empujón a un policía, unos cuernos pintados en una pancarta, un griterío en la universidad, un abucheo, un Franco, cabrón escrito con tiza en la pizarra. “Esa huelga es de un contenido político extremista y supone la adhesión a una convocatoria inspirada por supuestos de la extrema izquierda, radicales y antisistema”, cuentan que ha dicho el ministro, para añadir luego, a modo de bocanada de humo de puro habano, que el que “una asociación de padres y madres” se sume a dicha huelga es algo “insólito y francamente contrario a la obligación que tienen los padres de procurar la mejor educación para sus hijos”. La lengua de las cucarachas, se llamaría este relato, de ser cierto.
Pero no puede serlo. Un ministro no puede haber dicho algo así; tiene que haber sido una descontextualización, un borborigmo mal grabado, una psicofonía franquista. Porque a un responsable político que se expresa de semejante manera en una democracia hay que mandarlo ipso facto, previa publicación de la correspondiente orden en el BOE, como paquete certificado y urgente al archipiélago de Vanuatu en calidad de ayuda humanitaria para el comedor social.
Y no ha sucedido. En el cuento de Rivas, los tíos del colegial emigraban a América para no ir de quintos a la guerra de Marruecos y la escuela estaba sola e indefensa; ahora el destino es Alemania, la guerra es la del dinero y la escuela vuelve a estar como entonces. El pequeño Gorrión, viendo a todo el pueblo insultar a su viejo maestro, prisionero del terror, con palabrotas incomprensibles, le arroja las que el propio don Gregorio le enseñó: “ ¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!” Que tengan cuidado los electos con las palabras que nos hacen oír, porque con ellas formaremos la lluvia que adornará su despedida cuando llegue el feliz día en que se vayan a hacer puñetas.
(Cesar Rufino)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
Buscando urgentemente en la biblioteca un antídoto contra las bellaquerías del ministro de Educación, me tropiezo con La lengua de las mariposas, de Manuel Rivas: esas pocas palabras sencillas y conmovedoras que clavan el retrato del amor por la escuela y por todo lo sagrado que esta representa. El cuento me recompone el ánimo y me abriga el cuello contra el relente de la política desalmada, pero narra una historia que me huele más a futuro que a pasado: los agentes de la libertad (incluidos por supuesto los maestros) formando cuerda de presos para subir a un camión que habrá de ser despedido con una lluvia de insultos y pedradas procedentes del rebaño temeroso y confundido. Ya ha empezado a ser así metafóricamente, con la criminalización de la disidencia, de la protesta, de la rebeldía; con la imposición del capitalismo caníbal como religión oficial del Estado. Todo metafórico, sí. Pero de ahí a la literalidad no hay nada: unos pasos de claqué, una estimación de voto, un pelo de bigote cuadrado, un empujón a un policía, unos cuernos pintados en una pancarta, un griterío en la universidad, un abucheo, un Franco, cabrón escrito con tiza en la pizarra. “Esa huelga es de un contenido político extremista y supone la adhesión a una convocatoria inspirada por supuestos de la extrema izquierda, radicales y antisistema”, cuentan que ha dicho el ministro, para añadir luego, a modo de bocanada de humo de puro habano, que el que “una asociación de padres y madres” se sume a dicha huelga es algo “insólito y francamente contrario a la obligación que tienen los padres de procurar la mejor educación para sus hijos”. La lengua de las cucarachas, se llamaría este relato, de ser cierto.
Pero no puede serlo. Un ministro no puede haber dicho algo así; tiene que haber sido una descontextualización, un borborigmo mal grabado, una psicofonía franquista. Porque a un responsable político que se expresa de semejante manera en una democracia hay que mandarlo ipso facto, previa publicación de la correspondiente orden en el BOE, como paquete certificado y urgente al archipiélago de Vanuatu en calidad de ayuda humanitaria para el comedor social.
Y no ha sucedido. En el cuento de Rivas, los tíos del colegial emigraban a América para no ir de quintos a la guerra de Marruecos y la escuela estaba sola e indefensa; ahora el destino es Alemania, la guerra es la del dinero y la escuela vuelve a estar como entonces. El pequeño Gorrión, viendo a todo el pueblo insultar a su viejo maestro, prisionero del terror, con palabrotas incomprensibles, le arroja las que el propio don Gregorio le enseñó: “ ¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!” Que tengan cuidado los electos con las palabras que nos hacen oír, porque con ellas formaremos la lluvia que adornará su despedida cuando llegue el feliz día en que se vayan a hacer puñetas.
(Cesar Rufino)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.