¿Te imaginas que los papeles fueran falsos?
Espero que esas doce o catorce fotocopias que la gran prensa nacional está manejando y enarbolando desde hace días como prueba de la corrupción integral de la cúpula del PP sean verdad. Y lo espero no porque servidor sea un esnob con volutas y balconada barroquizante (que lo soy) deseoso de ver el fin de los políticos profesionales y de sus privilegios vitalicios, sino porque, aunque haya quien no lo admita, existe algo aún peor que el descrédito de los partidos: el de los periódicos y, en general, el de los medios de comunicación en tanto vehículos de información, formación, reflexión y movilización. La falsedad de esos papeles, si la hubiere, sería el fin. Porque si las grandes siglas de la política se van al cuerno víctimas de su propia degradación, peor para ellas: de eso es capaz de salir una sociedad, como ha pasado ya treinta y siete veces en la historia de España (¿alguien se acuerda del partido de Cánovas del Castillo?); pero si las grandes cabeceras se tropiezan y se parten la crisma no por causas más o menos naturales sino por grave infidelidad a su compromiso, el daño para la democracia futura es irreparable. Contra lo que algunos puedan creer (y estoy hablando de eso, de creencias), lo que sostiene en pie a la democracia no es el entramado de gentes que gobiernan, ni quienes legislan, ni quienes juzgan, teniendo todos ellos una importancia tremenda; lo que la mantiene con vida son sus ganas de vivir. Especialmente, en los momentos de gravísima enfermedad, como es el caso. Y eso solo se lo reporta el periodismo cuando se dedica a hacer bien su trabajo, en sus muy diversas facetas, empezando por la de no contar trolas y por defender nuestros principios y valores dando ejemplo. Si los medios de masas caen en el desprestigio y los ciudadanos dejan de servirse de ellos para sustituirlos por las redes sociales a secas, tenga por cierto el lector que se avecina una era de terror. Con las excepciones que se quiera (que sin duda son muchas, pero no suficientes), Facebook y Twitter son un criadero de demagogia irresponsable donde se fomenta y se practica el juicio sumarísimo con fusilamiento al amanecer (dicho sea metafóricamente, faltaría más). Las redes sociales condenan sin pruebas, calumnian y difaman al más pintado sin concederse ni un segundo de duda. La presunción de inocencia, sencillamente, no existe, sino al revés: se parte del principio de culpabilidad, hasta donde yo he podido ver. Lo cual es hasta cierto punto comprensible, para quien sepa cómo es la gente. Por eso hace falta que la voz cantante de la sociedad, la voz del grito, el susurro, la sonrisa, el gruñido y el golpe en la mesa, siga siendo la del periodismo. Solo la prensa libre nos preserva de ser desalmados, de ser redentores y de ser fascistas. Así que vamos a imaginar que los papeles son auténticos.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
Espero que esas doce o catorce fotocopias que la gran prensa nacional está manejando y enarbolando desde hace días como prueba de la corrupción integral de la cúpula del PP sean verdad. Y lo espero no porque servidor sea un esnob con volutas y balconada barroquizante (que lo soy) deseoso de ver el fin de los políticos profesionales y de sus privilegios vitalicios, sino porque, aunque haya quien no lo admita, existe algo aún peor que el descrédito de los partidos: el de los periódicos y, en general, el de los medios de comunicación en tanto vehículos de información, formación, reflexión y movilización. La falsedad de esos papeles, si la hubiere, sería el fin. Porque si las grandes siglas de la política se van al cuerno víctimas de su propia degradación, peor para ellas: de eso es capaz de salir una sociedad, como ha pasado ya treinta y siete veces en la historia de España (¿alguien se acuerda del partido de Cánovas del Castillo?); pero si las grandes cabeceras se tropiezan y se parten la crisma no por causas más o menos naturales sino por grave infidelidad a su compromiso, el daño para la democracia futura es irreparable. Contra lo que algunos puedan creer (y estoy hablando de eso, de creencias), lo que sostiene en pie a la democracia no es el entramado de gentes que gobiernan, ni quienes legislan, ni quienes juzgan, teniendo todos ellos una importancia tremenda; lo que la mantiene con vida son sus ganas de vivir. Especialmente, en los momentos de gravísima enfermedad, como es el caso. Y eso solo se lo reporta el periodismo cuando se dedica a hacer bien su trabajo, en sus muy diversas facetas, empezando por la de no contar trolas y por defender nuestros principios y valores dando ejemplo. Si los medios de masas caen en el desprestigio y los ciudadanos dejan de servirse de ellos para sustituirlos por las redes sociales a secas, tenga por cierto el lector que se avecina una era de terror. Con las excepciones que se quiera (que sin duda son muchas, pero no suficientes), Facebook y Twitter son un criadero de demagogia irresponsable donde se fomenta y se practica el juicio sumarísimo con fusilamiento al amanecer (dicho sea metafóricamente, faltaría más). Las redes sociales condenan sin pruebas, calumnian y difaman al más pintado sin concederse ni un segundo de duda. La presunción de inocencia, sencillamente, no existe, sino al revés: se parte del principio de culpabilidad, hasta donde yo he podido ver. Lo cual es hasta cierto punto comprensible, para quien sepa cómo es la gente. Por eso hace falta que la voz cantante de la sociedad, la voz del grito, el susurro, la sonrisa, el gruñido y el golpe en la mesa, siga siendo la del periodismo. Solo la prensa libre nos preserva de ser desalmados, de ser redentores y de ser fascistas. Así que vamos a imaginar que los papeles son auténticos.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.