Mariano Rajoy salió el otro día a dar una vuelta por los alrededores de su residencia veraniega, con tan mala suerte que cayó a una presa, y un muchacho del lugar lo rescató de allí.
Cuando Rajoy se vio a salvo, le dijo al zagal:
- Gracias. Me has salvado la vida; pídeme lo que quieras.
- Señor presidente -dijo el chico-, sólo quiero que mi ataúd sea transportado en una carroza tirada por seis caballos.
- ¡Por Dios! ¡Si eres muy joven! Anda, pídeme otra cosa.
- Bueno, pues entonces, que sobre mi ataúd pongan la bandera de España y que la guardia de honor la doble y se la entregue a mi madre al final de la ceremonia.
- Que no, que no... Pídeme otra cosa.
- Pues... que la guardia de honor dispare unas salvas mientras me entierran.
- Pero, vamos a ver, ¿a qué viene esa manía de que te vas a morir?
- Pues porque cuando cuente en el pueblo que lo he salvado, me van a matar a hostias, por gilipollas.!
Cuando Rajoy se vio a salvo, le dijo al zagal:
- Gracias. Me has salvado la vida; pídeme lo que quieras.
- Señor presidente -dijo el chico-, sólo quiero que mi ataúd sea transportado en una carroza tirada por seis caballos.
- ¡Por Dios! ¡Si eres muy joven! Anda, pídeme otra cosa.
- Bueno, pues entonces, que sobre mi ataúd pongan la bandera de España y que la guardia de honor la doble y se la entregue a mi madre al final de la ceremonia.
- Que no, que no... Pídeme otra cosa.
- Pues... que la guardia de honor dispare unas salvas mientras me entierran.
- Pero, vamos a ver, ¿a qué viene esa manía de que te vas a morir?
- Pues porque cuando cuente en el pueblo que lo he salvado, me van a matar a hostias, por gilipollas.!