Es difícil hablar de respeto. El viejo Santiago llevaba 84 días sin pescar nada. Demasiados para una mala racha. Definitivamente, estaba ‘salao’. Cuando salía de la cantina con su requemado aspecto de perdedor, arrastraba una larga cola de risas sordas a sus espaldas. Pobre Santiago, con sus velas remendadas, sus redes vacías y, lo que es peor, todo un océano a sus pies que le negaba sus frutos, mientras los demás paisanos volvían a puerto dando bocinazos de alegría. Y pese a todo, el día 85, el pescador volvió a echarse a la mar con un nuevo brillo en los ojos. Hay algo sagrado en un hombre que busca su destino, incluso a riesgo de perecer. Hoy, por ejemplo, en lugar de rendirse de una vez, los españoles hastiados se reúnen en un pueblo de Madrid para constituirse como fuerza social: el llamado Frente Cívico, creado por Julio Anguita. Tienen el alma tan reseca y castigada como tenía su piel el viejo Santiago cuando, tras tanto fracaso, decidió apostar su vida al mar y salir en su chalupa para volver triunfante… o no volver. Algo parecido. España está ‘salá’, dicen a nuestras espaldas, en la cantina europea, esos que vuelven con las redes panzudas repletas de coletazos, y que luego nos cuelgan de la espalda sus risas burlonas como de niños ataban latas a los rabos de los perros, por el gusto de verlos sufrir. Y nosotros, mientras, con la espuma del mar por los tobillos, mirando hambrientos la inmensidad. Tras cinco años de mala racha, aunados en este Frente Cívico, unos cuantos miles de entre tan fatigada población suben a sus botes y ponen proa al horizonte. Ayer decía una encuesta que, pese al batacazo, el 55% de los españoles seguirían apoyando hoy al PP y al PSOE. No se puede estar más muerto. “España está instalada en un estado de excepción”, advierte la carta de presentación de esta nueva organización ciudadana, “en lo económico, lo social, lo político y lo moral. No vivimos en la normalidad de una sociedad sana”. Anguita siempre fue, a ojos del risueño vecindario, un demagogo visionario que tenía muy poco que pescar en las procelosas aguas de la política. Las procelosas aguas de la política no están para utopías, dicen los que ataban latas a los rabos de los perros y ahora, con su sapiencia infinita y sus pies en el suelo, sin mirar jamás al horizonte, nos han dejado un mundo sin techo, sin trabajo, sin comida, sin ilusiones, sin redes, sin chalupas, sin sueños, diciéndoles a los griegos que el salario mínimo tiene que ser de 350 euros o fin de la historia, mientras los grandes tiburones, ante la vista de todos, se dan un festín de peces a diario. Pero contra todo pronóstico, en aquella salida a la desesperada, el viejo Santiago logró atrapar el más colosal pez espada. Su bote era tan pequeño que tuvo que llevarlo amarrado a la borda, y en el viaje de vuelta las alimañas lo dejaron en el esqueleto. Para cualquier otro, habría sido el peor de los fracasos. Pero para él fue el reencuentro con el respeto perdido. Ya no había risas a su paso. Afuera, mientras él dormía con las manos ensangrentadas, los demás pescadores custodiaban su barca y, silenciosos, le hacían el velatorio a la enorme raspa enganchada. El respeto los había dejado mudos. El respeto y el espanto de descubrir que la utopía no es el horizonte; el horizonte es solo su bandera. La utopía es la mano ensangrentada, la mirada de un viejo pescador que decide zarpar con su barca.
(C. R)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
(C. R)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.