Esa amena lecturilla de verano llamada ‘Historia de los vampiros’, de Vasconcelos, revela conocimientos tan útiles como el siguiente: que por muchos lametazos, chupetones, lobotomías, desmembramientos, aullidos y mordiscos que tengan por costumbre dispensar los monstruitos de ficción (por si no tuviéramos bastante con lo feos que son), infinitamente más terribles y nocivos son los hábitos de los monstruitos de verdad. El Drácula de Bram Stoker, por ejemplo, se habría escondido lloriqueando bajo la camilla de haberse topado con su tocayo Vlad Dracul, el auténtico, el de los bigotes, el empalador. Vincenzo Verzini, Gilles Garnier, Gilles de Rais, Karl Denke… Los ‘vampiros’ verdaderos. Esos sí que eran unos tíos malos, y no Christopher Lee. “El mal es inexplicable, es una asechanza permanente sobre la débil humanidad”, concluye el autor. “Los terrores que genera parecen más aceptables cuando les damos una forma concreta, los ponemos fuera. Y si esa forma es burda, mejor, de modo que los monstruos de papel ejerzan el doble juego de atemorizarnos y desmentirse a sí mismos en su desmesura y evidente irrealidad.” Cuando uno elige leer un libro de miedo, sabe que detrás de cada hoja, como si fuesen esquinas de callejones oscuros, puede saltarle al cuello el príncipe de las tinieblas, con su capita y sus colmillos, o bien toparse con Jack el Destripador en un recodo de Whitechapel. El disfrute de la lectura es precisamente ese. En la pantalla, son la música, los efectos sonoros, la luz y la cámara los que advierten del peligro, los que componen la liturgia de ese presagio espeluznante que son las películas de terror. En ambos casos, tanto en la literatura como en el cine, la ambientación es esencial para el susto, o sea, para el miedo. Como todo el mundo sabe (pero, para perdición suya, no tiene presente), en la vida real esto no pasa. Esta imperdonable falta de atmósfera permite que uno duerma como un lirón careto diez minutos después de saber que los golpistas egipcios han matado a 1.500 paisanos en un solo día; que las cifras del hambre en España siguen creciendo; que continúan cerrando empresas a gogó; que el presidente de Ecuador va a meter a las petroleras en una reserva de la biosfera porque necesita la pasta. De una persona que ronca como un serrucho tras conocer todo esto, pero en cambio no pega ojo si ve el tráiler de Frankenstein, lo menos que puede decirse es que está un poquito perturbada. Veo el intercambio de mentiras entre los mandamases del PP, que encima son los que nos gobiernan, y no es que me dé miedo la noche: me da miedo el día. Me aterra despertar y ver, parafraseando a Monterroso, que los monstruitos todavía están ahí. Urge reescribir la ‘Historia de los vampiros’, esas criaturitas inofensivas con las que algunos compartimos el temor a los rayos del sol y a todo lo que estos puedan traernos en forma de noticiero con toda su desmesurada y evidente realidad, en forma de represión, en forma de tiranía, en forma de ciudadanos que duermen como angelitos.
(C. R.)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
(C. R.)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.