El bulo del día en las redes sociales fue ayer la abdicación de Juan Carlos I. Parecía que se mascaba la noticia. Quizá no sea que España haya dejado de querer al rey: da la sensación de que, sencillamente, ha dejado de querer a un rey viejo. Contra lo que solía ser tradición en este paisete hasta hace cincuenta años, los españoles ya no están dispuestos a pasarse la vida limpiando culos de ancianos ni recogiéndoles las babas con un pañuelito, ni aguantando sus regañinas, sus batallitas, que hable en medio de la película o que le mire las tetas a la vecinita cañón. En este país de extrema crueldad, donde se mete a los perros en las casas pero se manda a los abuelos a una residencia porque nos da asco cómo tocan y cómo tosen, la vejez está muy mal vista, incluida (o encabezada por) la vejez institucional, representada por un señor con un genio espantoso que apenas puede caminar con muletas pero ante el que todo el mundo arruga el cogote como si lo hubiese colocado ahí el arcángel San Gabriel una Nochebuena. Es a este anciano providencial y gruñón, y no al Juancar de los pelitos rizados, a quien España no le perdona lo que lleva gastado en escopetas y en balandros, en opíparos encuentros de estado o en bisutería para el uniforme. Tengo la terrible sospecha de que el gentío, más que evolucionar hacia la república (que es hacia donde hay que ir si se quiere abandonar no ya el Tercer Mundo, sino el siglo XII), está deseando estrenar un rey joven que haga así con la manita y que tenga una prole muy rubita, muy ¡Hola! y muy chachi. A la muchedumbre, entendida como masa o como sujeto individual, le encanta estrenar cosas. Coches, lavadoras, restaurantes preferidos, chaquetitas de entretiempo, regencias, bañadores. Así que es muy probable que todo este monumental cabreo popular contra la mangancia de los políticos, contra la sinvergonzonería sindical, contra el latrocinio de la banca y contra la desalmada codicia de los poderosos en general se extinga en cuanto los paisanos tengan otra vez una visa en el bolsillo y licencia para endeudarse indefinidamente. O dicho de otro modo: cuando puedan volver a estrenar cosas que los distraigan de su inanidad, de su incapacidad para tener una idea propia en la cabeza acerca de lo que hay que hacer cuando a uno lo timan como nos están timando a nosotros y de su incompetencia para llevarla a la práctica. Los españoles, panda de ignorantes tremendistas, somos muy de decir que no creemos en el amor cuando dejamos de creer en la persona amada. Por eso, ahora que el rey está viejo, decimos que no creemos en la monarquía, cuando aquí hasta el más tonto presumía de juancarlista y se reía con soberana complicidad de la campechanía, de la moto y de los ligues. A partir de ahora, tendremos que ser felipistas. No nos queda otra. Somos tan cobardes y tan descomprometidos que nos refugiamos en la juventud, porque es un sitio en el que no se tiene que estar mucho tiempo, y así nos luce el régimen. De resultas de lo cual, España entera prepara por lo bajini las banderitas de plástico para ir a darle la bienvenida al nuevo regente en cuanto salga a pasear en descapotable por las avenidas. Y que cada cual se limpie su culo [Antes había un papel higiénico que se llamaba el Elefante. Muy juancarlista. Ahora está la marca España. Ojalá traiga aloe vera.]
(C. R)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
(C. R)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.