En las webs de los fondos negros y las letras horteras cuentan una historia de las que ponen los vellos de punta: por lo visto, en 1909, estando Pío X en una audiencia con los franciscanos, se le fue al hombre la cabeza y, prescindiendo de lo que establece la etiqueta para estos casos, tuvo allí mismo una visión terrible: la de un sucesor suyo caminando entre cadáveres por el Vaticano. Desde entonces hasta hoy ha habido unanimidad en la interpretación de la profecía: que el final de la Iglesia está cerca y que el sueldo del papa debería incluir un plus de peligrosidad. Pero el otro día se publicó una de las entrevistas más formidables que he leído en mi vida, no tanto por las preguntas como por las respuestas: la que concedió el Papa a una revista de los jesuitas y en la que, entre otras maravillas, dice Francisco lo siguiente: “Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla.” Qué casualidad que la visión de aquel Pío X se produjese en una audiencia a los franciscanos, y qué diferentes formas de interpretar la imagen de un pontífice que camina entre heridos y muertos: como una premonición catastrofista o como un mensaje de esperanza. Es evidente que tanto los papas como sus intérpretes, agoreros y feligreses en general han abusado largamente de la primera opción, mientras que son muy pocos los que han preferido la segunda. Por eso de Pío X no se acuerda ni la madre que lo parió y Francisco pasará a la historia, si es que gestionamos el mundo de manera que todavía quede historia a la que pasar.
Recuerdo perfectamente a todos y cada uno de los miserables que, desde las redes sociales y sin la menor prueba que respaldase sus argumentos ni conocerlo de nada, llamaban fascista a Bergoglio y lo acusaban de ser un lacayo del poder y un tipo mezquino, apoyándose en el retuiteo o en meras fotos de Facebook. Muchos de estos calumniadores presumen de ser gente progresista, de izquierda y defensora de los derechos humanos y bla, bla, bla. Pero aquel día no dudaron en crucificar a este inocente llamado a revolucionar la Iglesia (y si lo consigue, al mundo), mientras la caterva de charlatanes contrariados continúan en las redes dándole al pico, que es lo único que saben hacer (porque de revoluciones andan fritos, los pobres). Yo no soy hombre de Iglesia y la religión como institución me da cierto asquito, pero manejo una verdad: Vayan ustedes aprendiendo a tocar la guitarra en plan María Ostiz, porque aquí no va a haber más revolución que la de los salones parroquiales, cuando Francisco haga zafarrancho evangélico y limpie de babas los cálices, de egoísmo los solideos y de semen las sotanas, para poner al mundo en pie contra el capitalismo y a favor de la humanidad. La Iglesia toma en solitario el estandarte de la rebelión real. Tras ella, previsiblemente, irá la población de Iberoamérica, último bastión de la utopía de izquierdas convertida cada día más en surcos de labranza y en escuelas de montaña, al tiempo que en el resto del mundo nos conformamos con despotricar, que es más fino y menos cansado. Si esto no es el Papa caminando entre cadáveres, que venga Nostradamus y lo vea. En cuanto tenga una foto, se la paso para que la retuiteen.
(C. R)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
Recuerdo perfectamente a todos y cada uno de los miserables que, desde las redes sociales y sin la menor prueba que respaldase sus argumentos ni conocerlo de nada, llamaban fascista a Bergoglio y lo acusaban de ser un lacayo del poder y un tipo mezquino, apoyándose en el retuiteo o en meras fotos de Facebook. Muchos de estos calumniadores presumen de ser gente progresista, de izquierda y defensora de los derechos humanos y bla, bla, bla. Pero aquel día no dudaron en crucificar a este inocente llamado a revolucionar la Iglesia (y si lo consigue, al mundo), mientras la caterva de charlatanes contrariados continúan en las redes dándole al pico, que es lo único que saben hacer (porque de revoluciones andan fritos, los pobres). Yo no soy hombre de Iglesia y la religión como institución me da cierto asquito, pero manejo una verdad: Vayan ustedes aprendiendo a tocar la guitarra en plan María Ostiz, porque aquí no va a haber más revolución que la de los salones parroquiales, cuando Francisco haga zafarrancho evangélico y limpie de babas los cálices, de egoísmo los solideos y de semen las sotanas, para poner al mundo en pie contra el capitalismo y a favor de la humanidad. La Iglesia toma en solitario el estandarte de la rebelión real. Tras ella, previsiblemente, irá la población de Iberoamérica, último bastión de la utopía de izquierdas convertida cada día más en surcos de labranza y en escuelas de montaña, al tiempo que en el resto del mundo nos conformamos con despotricar, que es más fino y menos cansado. Si esto no es el Papa caminando entre cadáveres, que venga Nostradamus y lo vea. En cuanto tenga una foto, se la paso para que la retuiteen.
(C. R)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.