LA SOTA DE BASTOS
Los pueblos ya no son pueblos, los pueblos se han adulterado con el paso del tiempo invadidos por otras formas de divertimento y de distracción, que han hecho que la vida municipal haya sido absorbida y aniquilada, casi en su totalidad, por los pueblos o ciudades más cercanos, por los centros comerciales, por la televisión, por los ordenadores y por los medios de transporte que todos tenemos al alcance de la mano. Dejando a un lado el deporte, y en concreto el fútbol, en lo que si hemos adelantado bastante, nuestros pueblos son mucho más aburridos, menos atractivos y hemos sacrificado a cambio un montón de tradiciones y festejos populares.
En Fuensanta en los años 50 una de las festividades que tenía su encanto y su particular celebración era la pascua de Pentecostés. Esos tres días la fiesta se realizaba en el paraje de la Fuente de los Hornos, al lado del río. Había atracciones un tanto espectaculares, algunas hasta salvajes, que consistían en enterrar un conejo o pollo bajo tierra dejándole la cabeza fuera y el que quería participar en el juego, vaya jueguecito, pagaba un dinero, recibía un palo en la mano y le vendaban los ojos y tras darle unas vueltas, ojos tapados, intentaba con el palo aniquilar al animal, si lo conseguía el animal era suyo. Además de esto había rifas, puestos de chuches, de golosinas, bares, y por supuesto el comer el hornazo por aquellas peñas de los alrededores con sus correspondientes cantos, bailes y diversión, de esto último todavía hay una pequeña muestra..
No pasó a nosotros, mis amigos y yo, unos diez adolescentes que, una de esas fiestas vimos a un feriante que rifaba un jamón por el sistema de la baraja. Vendía las cuarenta cartas, hacía la rifa y el que tuviese la carta extraída, era el ganador. Nosotros dijimos vamos a comprar la baraja entera y así la juerga es segura. Cuando estábamos comprando las cartas se mete un niño más pequeño y pide una, el de la rifa dice se la doy o no, nosotros respondimos mira dásela, tampoco por una no va a pasar nada. Le da la sota de bastos, el mismo niño corta la baraja y ¡Oh sorpresa! Salió la sota de bastos. Así es que el niño se lleva el jamón y nosotros nos quedamos con cara de tontos. La suerte no es para quien la busca sino para quien Dios se la quiere dar.
Los pueblos ya no son pueblos, los pueblos se han adulterado con el paso del tiempo invadidos por otras formas de divertimento y de distracción, que han hecho que la vida municipal haya sido absorbida y aniquilada, casi en su totalidad, por los pueblos o ciudades más cercanos, por los centros comerciales, por la televisión, por los ordenadores y por los medios de transporte que todos tenemos al alcance de la mano. Dejando a un lado el deporte, y en concreto el fútbol, en lo que si hemos adelantado bastante, nuestros pueblos son mucho más aburridos, menos atractivos y hemos sacrificado a cambio un montón de tradiciones y festejos populares.
En Fuensanta en los años 50 una de las festividades que tenía su encanto y su particular celebración era la pascua de Pentecostés. Esos tres días la fiesta se realizaba en el paraje de la Fuente de los Hornos, al lado del río. Había atracciones un tanto espectaculares, algunas hasta salvajes, que consistían en enterrar un conejo o pollo bajo tierra dejándole la cabeza fuera y el que quería participar en el juego, vaya jueguecito, pagaba un dinero, recibía un palo en la mano y le vendaban los ojos y tras darle unas vueltas, ojos tapados, intentaba con el palo aniquilar al animal, si lo conseguía el animal era suyo. Además de esto había rifas, puestos de chuches, de golosinas, bares, y por supuesto el comer el hornazo por aquellas peñas de los alrededores con sus correspondientes cantos, bailes y diversión, de esto último todavía hay una pequeña muestra..
No pasó a nosotros, mis amigos y yo, unos diez adolescentes que, una de esas fiestas vimos a un feriante que rifaba un jamón por el sistema de la baraja. Vendía las cuarenta cartas, hacía la rifa y el que tuviese la carta extraída, era el ganador. Nosotros dijimos vamos a comprar la baraja entera y así la juerga es segura. Cuando estábamos comprando las cartas se mete un niño más pequeño y pide una, el de la rifa dice se la doy o no, nosotros respondimos mira dásela, tampoco por una no va a pasar nada. Le da la sota de bastos, el mismo niño corta la baraja y ¡Oh sorpresa! Salió la sota de bastos. Así es que el niño se lleva el jamón y nosotros nos quedamos con cara de tontos. La suerte no es para quien la busca sino para quien Dios se la quiere dar.