El mordisco.
Hay unos niños más inquietos que otros, más traviesos, más activos, y como no paran de hacer cosas las hacen buenas, malas y regulares, por lo general las malas, en el buen sentido de la palabra, abundan.
Yo tuve dos hijos varones y uno era tranquilo, sosegado, obediente y muy buen estudiante, no daba un ruido en casa ni fuera, obediente y responsable, un modelo de niño a quien nunca hubo que regañar. Su mayor distracción la lectura, siempre tenía un cuento, un TBO o un libro en la mano, en la mesita de noche o en la maleta del cole. Era también un enamorado del cine del que llegó a tener un conocimiento amplísimo comparable al de un especialista en cine.
El otro era intranquilo, nervioso, no tan obediente y no tan estudioso aunque bien es verdad que obtenía un muy buenos resultados en clase. Amante hasta la saciedad del campo y de la naturaleza a la que accedió por medio de mi cuñado Antonio, ya fallecido, al que adoraba, que desde pequeño se lo llevaba con él. Poco lector, el aprendía de lo que veía, de lo que vivía, de lo que elaboraba o conseguía con su trabajo o con su esfuerzo. De esta manera él llegó a un conocimiento amplio de todo lo que tiene que ver con las faenas agrícolas, con el saber coger setas o espárragos, con cazar, y todo ello además de sacar adelante sus estudios con holgura.
Pero de pequeñito era un “jodío”, porque me formaba unos líos y a veces me hacía tener que pedir disculpas a los padres del otro niño o niña a los que de alguna manera había hecho alguna faena. Travesuras de niño muy pequeño, dos tres añítos, porque luego estos niños más traviesos, mas inquietos, en la medida que se van haciendo mayores suelen ir cambiando de actitud y terminan siendo unos jóvenes y unos hombres muy responsables, muy trabajadores y muy cariñosos.
Dos faenas que recuerdo un día mi mujer se queda sin legia y le dijo: Ve a la tienda lleva esta botella vacía y que Juan te de una llena que luego se la pago. El no quería ir, porque estaba jugando con unos amigos. y entonces enfadado fue pero iba todo el camino dándole patadas a la botella de pilástico, que tenía un pequeño resto de legia y cuando llegó a casa los pantalones y la chaquetilla que llevaba puestos, recién comprados, estaban todo descoloridos y su madre tuvo que tirarlos. La otra era domingo, mis suegros vinieron a vernos, el iba con mi suegro por el paseo de la Fuente de la Negra comiéndose un polo, se acerco Belén, una niñita de su misma edad, fue a coger el polo y este, ni corto ni perezoso, le dio un mordisco en la mejilla que le señaló todos los dientes y le hizo mucho daño. Yo al día siguiente tuve que ir a pedirle disculpas a su padre y todo quedó en una chiquillada salidita de tono. Es que los niños son muchas veces un “demonio” de angelitos.
Hay unos niños más inquietos que otros, más traviesos, más activos, y como no paran de hacer cosas las hacen buenas, malas y regulares, por lo general las malas, en el buen sentido de la palabra, abundan.
Yo tuve dos hijos varones y uno era tranquilo, sosegado, obediente y muy buen estudiante, no daba un ruido en casa ni fuera, obediente y responsable, un modelo de niño a quien nunca hubo que regañar. Su mayor distracción la lectura, siempre tenía un cuento, un TBO o un libro en la mano, en la mesita de noche o en la maleta del cole. Era también un enamorado del cine del que llegó a tener un conocimiento amplísimo comparable al de un especialista en cine.
El otro era intranquilo, nervioso, no tan obediente y no tan estudioso aunque bien es verdad que obtenía un muy buenos resultados en clase. Amante hasta la saciedad del campo y de la naturaleza a la que accedió por medio de mi cuñado Antonio, ya fallecido, al que adoraba, que desde pequeño se lo llevaba con él. Poco lector, el aprendía de lo que veía, de lo que vivía, de lo que elaboraba o conseguía con su trabajo o con su esfuerzo. De esta manera él llegó a un conocimiento amplio de todo lo que tiene que ver con las faenas agrícolas, con el saber coger setas o espárragos, con cazar, y todo ello además de sacar adelante sus estudios con holgura.
Pero de pequeñito era un “jodío”, porque me formaba unos líos y a veces me hacía tener que pedir disculpas a los padres del otro niño o niña a los que de alguna manera había hecho alguna faena. Travesuras de niño muy pequeño, dos tres añítos, porque luego estos niños más traviesos, mas inquietos, en la medida que se van haciendo mayores suelen ir cambiando de actitud y terminan siendo unos jóvenes y unos hombres muy responsables, muy trabajadores y muy cariñosos.
Dos faenas que recuerdo un día mi mujer se queda sin legia y le dijo: Ve a la tienda lleva esta botella vacía y que Juan te de una llena que luego se la pago. El no quería ir, porque estaba jugando con unos amigos. y entonces enfadado fue pero iba todo el camino dándole patadas a la botella de pilástico, que tenía un pequeño resto de legia y cuando llegó a casa los pantalones y la chaquetilla que llevaba puestos, recién comprados, estaban todo descoloridos y su madre tuvo que tirarlos. La otra era domingo, mis suegros vinieron a vernos, el iba con mi suegro por el paseo de la Fuente de la Negra comiéndose un polo, se acerco Belén, una niñita de su misma edad, fue a coger el polo y este, ni corto ni perezoso, le dio un mordisco en la mejilla que le señaló todos los dientes y le hizo mucho daño. Yo al día siguiente tuve que ir a pedirle disculpas a su padre y todo quedó en una chiquillada salidita de tono. Es que los niños son muchas veces un “demonio” de angelitos.