Si dijera lo que sé. Cinco puñaladas en el abdomen de la democracia. Cinco palabras que son todo un clásico de la cobardía convertida en amenaza, de la docilidad envalentonada, de la retórica miserable. Es la consagración de la ignorancia en beneficio de un ideal podrido. Tanto por fortuna como por desgracia, España es un país de ignorantes (cosa, por cierto, también bastante ignorada, pues no hay nada que incentive tanto el engreimiento como la necedad). Pero sobre todo, España es un país de gente que no dice lo que sabe, que es mucho más descorazonador y triste. Un club, este, en el que acaba de ingresar entre timbales y clarines el juez Elpidio José Silva. Desde que una o dos de las grandes estafas bancarias de nuestro tiempo fueron puestas en manos de la justicia, él fue uno de esos hombres buenos que a veces se ven por ahí con pinta de estar mordiéndose la lengua por defecto; de andar pasados de revoluciones (lo que sabe) pero siempre con el pie clavado en el embrague (lo que calla). Ahora lo corrobora diciendo que si la gente supiera lo que él sabe, “el sistema institucional” (¿o sea, el régimen? ¿Está queriendo decir el régimen?) se vendría abajo y quedarían expuestos a la luz, retorciéndose como los gusarapos que son, todos los protagonistas de las alianzas “entre los corruptos, determinados medios de comunicación, determinados elementos que forman parte de las instituciones y que están incardinados en la casta política”. Bueno, ¿y por qué no lo dice? ¿Qué clase de moral perversa se lo impide? ¿A qué estrategia personal responde callar aquello sobre lo que tan insidiosamente se dan pistas? Cuando no dices lo que sabes, que es que tu vecina se entiende divinamente con el carnicero cada vez que no miran sus respectivos cónyuges, pues allá cada cual si le gusta la lengua de ternera, la punta del solomillo o el rabo de toro. Pero cuando no dices lo que sabes y lo que sabes es que los poderes se encuentran en manos de una horda de facinerosos que deberían estar pudriéndose en la cárcel, como da a entender el ciudadano Elpidio, el silencio (que es la fórmula por antonomasia de la complicidad) toma partido por el escándalo. Martin Luther King dijo una vez que “nuestra generación no tendrá que lamentarse tanto de los crímenes de los perversos como del estremecedor silencio de los bondadosos”, y verdaderamente estremece. Se prodiga por los platós (o eso creo) cierto personaje con alma de chambelán al que le gusta mucho decir que uno vale más por lo que calla que por lo que cuenta. Esa frase me provoca náuseas. Es exactamente la clase de majaderías que nos ha convertido a los españoles en una subespecie deleznable y ruin. Si dijera lo que sé, amagan unos. Si supieran lo que pienso, rezongan desde el sofá los ciudadanos. El famoso si condicional. Como la libertad. Como la democracia.
(C. R)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
(C. R)
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.