Dicen que los andaluces somos exagerados. Espero que no lo digan los astrónomos. Cuántas veces han anunciado ellos, por ejemplo, que un asteroide del tamaño de Wisconsin iba a rozar la Tierra el martes siguiente (vamos, que les faltaba decir que nos lleváramos ese día a la calle un cepillo de la ropa para sacudirnos el polvo estelar de la chaqueta), y resulta que rozar la Tierra equivalía al doble de la distancia que hay de aquí a la Luna, más la mitad del cuarto. Exagerados los andaluces, sí. Claro, es que los astrónomos hablan en términos cósmicos, he ahí la explicación. Si uno está acostumbrado a observar Andrómeda con telescopio y a hacerle fotos a la Nebulosa del Cangrejo con la Casio Exilim enchufada al ordenador de Arecibo, lo normal es que para mirar Plutón se tenga que poner las gafas de cerca (o de ver, como también se las llama). Y sin embargo, es así: todo depende de las dimensiones de aquello que uno tenga por normal para que las cosas que dice parezcan o no excesivas al resto de la concurrencia. Si uno –un poner– está habituado a hablar de grandes cantidades de dinero; si su concepto de una cartilla de ahorro incluye un banco precioso y acristalado entre la tienda de chocolates y la de relojes de cuco, y corrientes de sobres abultados que van y que vienen sin preguntar procedencia ni chivar destinatario, es hasta cierto punto razonable que le parezca escaso sacrificio el que puede hacer un simple paisano si le soplan 50 euros de más por la luz o si le sisan un par de billetes más con los valores añadidos de las cosas o del mismísimo sueldo, ¡bah!, esos miserables porcentajes. O por seguir ilustrando la tesis con otros ejemplos: si uno está acostumbrado a comerse con la paleta del pescado el presupuesto del pescador, si lo llevan y lo traen en coche con lunas tintadas que solo le permiten ver su propio reflejo, si todos los problemas educativos de sus hijos se reducen a que el niño lo llame desde Nueva York pidiéndole más dinero y si toda su vida, en fin, es una apacible balsa de aceite donde hasta las peleas del trabajo son de mentirijilla y se llenan de abrazos y de palmadas en la espalda cuando nadie mira, cómo no va a parecerle violenta una manifestación donde 50 individuos de entre un millón de personas –las poblaciones de Sevilla y Córdoba, juntas– la emprenden a palos. Les parecerá el mismísimo infierno. Es lo que se podría llamar exageración. O bien una astronómica inmoralidad. Lo que pasa es que para lo que no les interesa se quitan las gafas de ver. Dicen que los andaluces somos exagerados. Exagerados seremos el día que el asteroide Rajoy, catapultado por las urnas, pase a tres veces la distancia a la Luna. Por si acaso, que la gente se lleve un cepillo. La caspa cósmica ha estropeado más de una camisa.
C. R.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
C. R.
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