Nos hemos enterado en el Congreso de los Diputados de que, en el primer año de Gobierno de Mariano Rajoy, los ricos españoles despistaron 170.000 millones de euros hacia el extranjero. Da que pensar. Si al palanganero de la oligarquía española se le llevan los oligarcas los dineros a las Suizas o las Caimán, es que Rajoy ni siquiera es capaz de garantizar la fidelidad de sus amos. Esos 170.000 millones que se fugaron de España en un solo año, en el primer año de Rajoy en Moncloa, son el 17% del Producto Interior Bruto nacional. Es decir, una pasta. Un 70% más que la piadosa limosna reconocida por nuestros sumos sacerdotes gubernamentales para salvar a la banca. El patriotismo del dinero español es digno de estudio epidemiológico. Cuando llegan al poder político los suyos, la derecha, el cristofascismo, los registradores de su propiedad, el capital conservador se evade a otros países huyendo de sabe su Dios qué virus. Sucedió al inicio de la Guerra Civil, cuando las grandes fortunas por una parte subvencionaron el alzamiento y por otra se refugiaron en Suiza, previendo su neutralidad ante la inminencia de una nueva gran guerra europea y fiándose poco de Franco. A Rajoy le ha pasado lo mismo que a Franco, cosa que, seguramente, en su fuero político interno, adula a nuestro amado presidente y le pone cachondo de yugos y flechas.
Se ha votado esta semana en el Congreso de los Diputados si quitarle o no quitarle los privilegios a las Sicav, esos instrumentos financieros que permiten a las grandes fortunas cotizar únicamente al 1%. Ha salido que no, claro. Se fugarían los capitales si no cuidáramos entre algodones a los especuladores y a los chorizos high standing, dice el PP. En primer lugar, y eso ya lo escuchó el presidente en sede parlamentaria, los capitales choriceros se fugan igual. En segundo lugar, como ciudadano, a mí no me importa demasiado que se fuguen los capitales. Este año, las empresas del Ibex han ganado más de 17.000 millones, y, sin embargo, han despedido a 121.000 empleados. Echando cuentas a lo bruto, que es como un hombre honrado echa las cuentas, nuestras doctas empresas se han embolsado 140.500 euros de beneficio por cada trabajador al que han arrojado al hambre y a la calle y a esta cotidaneidad inframundista. Me parece un dato que nos llama gilipollas, por mucho que los datos sean refractarios a adjetivar. Y lo vuelvo a decir. Si se nos fuga el capital, a lo mejor volvemos a calentar las mesas camillas con los antiguos infiernillos, pero seguramente viviremos y moriremos mejor.
Esta paradoja de que hay que proteger al capital porque crea riqueza, mientras el capital arroja a la calle a 121.000 empleados en plena borrachera de beneficios, está ya empezando a sonar a cachondeíto. Uno entiende por riqueza la creación de empleo digno, las garantías sanitarias y educacionales, pensiones para que los jubilados se puedan pagar un solysombra en la partida de mus, viviendas decentes, un plato en la mesa, un libro en la mesilla y poco más.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
Se ha votado esta semana en el Congreso de los Diputados si quitarle o no quitarle los privilegios a las Sicav, esos instrumentos financieros que permiten a las grandes fortunas cotizar únicamente al 1%. Ha salido que no, claro. Se fugarían los capitales si no cuidáramos entre algodones a los especuladores y a los chorizos high standing, dice el PP. En primer lugar, y eso ya lo escuchó el presidente en sede parlamentaria, los capitales choriceros se fugan igual. En segundo lugar, como ciudadano, a mí no me importa demasiado que se fuguen los capitales. Este año, las empresas del Ibex han ganado más de 17.000 millones, y, sin embargo, han despedido a 121.000 empleados. Echando cuentas a lo bruto, que es como un hombre honrado echa las cuentas, nuestras doctas empresas se han embolsado 140.500 euros de beneficio por cada trabajador al que han arrojado al hambre y a la calle y a esta cotidaneidad inframundista. Me parece un dato que nos llama gilipollas, por mucho que los datos sean refractarios a adjetivar. Y lo vuelvo a decir. Si se nos fuga el capital, a lo mejor volvemos a calentar las mesas camillas con los antiguos infiernillos, pero seguramente viviremos y moriremos mejor.
Esta paradoja de que hay que proteger al capital porque crea riqueza, mientras el capital arroja a la calle a 121.000 empleados en plena borrachera de beneficios, está ya empezando a sonar a cachondeíto. Uno entiende por riqueza la creación de empleo digno, las garantías sanitarias y educacionales, pensiones para que los jubilados se puedan pagar un solysombra en la partida de mus, viviendas decentes, un plato en la mesa, un libro en la mesilla y poco más.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.