Muchísima gente, quizá la mayoría (no se sabe y sospecho...

Muchísima gente, quizá la mayoría (no se sabe y sospecho que no se va a saber), sostiene que Felipe de Borbón tiene que ser rey. A sus razones no les falta sensatez. Primeramente, es lo que pone en la Constitución. Pero por encima de todo, este señor es lo que se llama un hombre sobradamente preparado. El príncipe fue criado en la idea del servicio a España. Se le nota. Bonachón, comedidamente simpático, serio cuando hay que ponerse, firme pero compasivo, sereno, con ojos de sonreír a los baturros y a las flamencas en los actos de la marca nacional y con pies de patearse las catedrales en las efemérides; tiene cara, además, de leer muchos periódicos y escuchar la radio, cabeceando de preocupación por los males del país, pero al mismo tiempo cerrando los puños y golpeando con ellos la mesa (un golpe principesco y protocolario, en todo caso) en su decisión férrea de encararlos hasta donde sus funciones se lo permitan. Porque eso se educa, no es genético. Y si fuese genético tampoco habría problema, si con sus antepasados hicieron lo mismo. Desde niño fue educado en el amor a la patria, en el respeto a las diferencias que la conforman y a los diferentes que la habitan. Le enseñaron que la democracia es la clave de todo este hermoso tinglado, y que los valores de todos, incluidos sus gobernantes, deben estar presididos por los derechos humanos y la legislación internacional que los antepone y salvaguarda. El príncipe estudia historia, artes, ciencia…, solo así puede hacerse una idea cabal de las necesidades del pueblo, de sus expectativas, de sus posibilidades, de su riqueza. Y cuando ha aprendido todo eso, cogen al ejército y le dicen que este señor va a ser su jefe. No acaba ahí la formación integral del futuro rey: para él, la corrupción es la bicha; nadie tiene derecho a abusar de su situación particular para lucrarse o perjudicar a otros, e independientemente de que todos los miembros de la familia sean o no capaces de asumir esta verdad y practicarla, a él se le inculca de tal modo que desprogramarlo sería una tarea costosísima. Aprende a hablar con la gente, a llorar sus problemas, a reír sus felicidades; se le enseñan idiomas de aquí y de allá, porque en la lengua está la inteligencia y la paz de los pueblos. Se mantiene en forma en un gimnasio para él y no le sobreviene un dolor de muelas sin que aparezca ipso facto el Colegio de Médicos en una calesa con sus maletines. Y, como es natural tratándose de quien se trata, ni él ni su esposa ni sus preciosos descendientes tienen problemas económicos, ni con la banca, ni con la hipoteca, ni con el aparcamiento, ni con la educación, ni se verán solos y desamparados cuando les llegue la vejez. Yo, decididamente, quiero que me gobierne una persona así. Y sueño con una república en la que todos seamos príncipes.
C. R.

Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.