El todavía ministro Alberto Ruiz Gallardón podría preguntar aquello que preguntaba cierto personaje de ‘La importancia de llamarse Ernesto’: “Lady Bracknell, no querría parecer curioso, pero ¿tendría usted la amabilidad de decirme quién soy?”. De hecho, a cualquiera que le pregunten si está de acuerdo con Gallardón se ve obligado a disparar de inmediato con esta otra pregunta: ¿con cuál de ellos?
Es cierto que esa misma pregunta se le podría a aplicar con propiedad a líderes como Artur Mas o Rodríguez Zapatero, que primero fueron uno y luego fueron otro; pero sus casos son distintos. Digamos que Mas y Zapatero se traicionaron a sí mismos para escapar a una muerte política segura, si bien lo único que consiguieron es lo mismo que todos conseguimos ante la muerte: posponerla un poco. Ambos tenían una buena razón para hacer lo que hicieron: comprendemos bien su conducta, el cambio que se operó en sus posiciones es transparente.
Lo que hace verdaderamente interesante el caso de Gallardón es que no entendemos por qué diablos hizo lo que hizo. Nadie sabe con certeza por qué se aventuró a impulsar una ley del aborto tan escandalosamente retrógrada cuando no tenía necesidad alguna de hacerlo. Nadie le presionaba en esa dirección. Ni siquiera el propio Rajoy. Lo interesante de Gallardón es que se ha cavado su tumba política él solo, sin ayuda, sin consignas, sin presión.
En un cierto sentido Alberto Ruiz Gallardón es el don Juan de Zorilla, pero no lo sabe. En un memorable diálogo ya hacia el final de la obra, don Juan conversa brevemente con la Estatua: “ ¿Y aquel entierro que pasa?/ Es el tuyo/ ¡Muerto yo!/ El capitán te mató/ a la puerta de tu casa.” Eso ha hecho Gallardón: matarse a sí mismo a la puerta de su casa. Bajo los balcones del Ministerio de Justicia está pasando un entierro; tras una de las ventanas, una sombra observa borrosa el fúnebre cortejo: es la sombra del ministro contemplando su propio entierro.
Lo que no lograron sus más enconados enemigos del ala derecha del Partido Popular lo ha logrado él solo con sus blancas manos. El Gobierno no va comprarle su juguete rabioso. Él dijo que lo haría antes de acabar el verano, pero el verano declina irremediablemente y el presidente no está dispuesto a achicharrarse dando luz verde a una ley del aborto que solo quieren cuatro obispos y un ministro.
Hoy el diario Abc cuenta que el exalcalde de Madrid está meditando si dimitir una vez se confirme que Rajoy le aborta su ley. ¿Dimitirá? Bueno, Gallardón es un hombre muy dado a meditar sobre su dimisión, pero no a dimitir propiamente. En eso es como tantos grandes filósofos, muy dados a meditar sobre la muerte pero no a morirse.
Pero también en esto el caso de Gallardón es mucho más interesante que el de los pensadores que le precedieron. Su caso es único precisamente porque lo singular en él no es que medite sobre la muerte, sino que lo hace ¡estando ya muerto! Genio y figura.
Es cierto que esa misma pregunta se le podría a aplicar con propiedad a líderes como Artur Mas o Rodríguez Zapatero, que primero fueron uno y luego fueron otro; pero sus casos son distintos. Digamos que Mas y Zapatero se traicionaron a sí mismos para escapar a una muerte política segura, si bien lo único que consiguieron es lo mismo que todos conseguimos ante la muerte: posponerla un poco. Ambos tenían una buena razón para hacer lo que hicieron: comprendemos bien su conducta, el cambio que se operó en sus posiciones es transparente.
Lo que hace verdaderamente interesante el caso de Gallardón es que no entendemos por qué diablos hizo lo que hizo. Nadie sabe con certeza por qué se aventuró a impulsar una ley del aborto tan escandalosamente retrógrada cuando no tenía necesidad alguna de hacerlo. Nadie le presionaba en esa dirección. Ni siquiera el propio Rajoy. Lo interesante de Gallardón es que se ha cavado su tumba política él solo, sin ayuda, sin consignas, sin presión.
En un cierto sentido Alberto Ruiz Gallardón es el don Juan de Zorilla, pero no lo sabe. En un memorable diálogo ya hacia el final de la obra, don Juan conversa brevemente con la Estatua: “ ¿Y aquel entierro que pasa?/ Es el tuyo/ ¡Muerto yo!/ El capitán te mató/ a la puerta de tu casa.” Eso ha hecho Gallardón: matarse a sí mismo a la puerta de su casa. Bajo los balcones del Ministerio de Justicia está pasando un entierro; tras una de las ventanas, una sombra observa borrosa el fúnebre cortejo: es la sombra del ministro contemplando su propio entierro.
Lo que no lograron sus más enconados enemigos del ala derecha del Partido Popular lo ha logrado él solo con sus blancas manos. El Gobierno no va comprarle su juguete rabioso. Él dijo que lo haría antes de acabar el verano, pero el verano declina irremediablemente y el presidente no está dispuesto a achicharrarse dando luz verde a una ley del aborto que solo quieren cuatro obispos y un ministro.
Hoy el diario Abc cuenta que el exalcalde de Madrid está meditando si dimitir una vez se confirme que Rajoy le aborta su ley. ¿Dimitirá? Bueno, Gallardón es un hombre muy dado a meditar sobre su dimisión, pero no a dimitir propiamente. En eso es como tantos grandes filósofos, muy dados a meditar sobre la muerte pero no a morirse.
Pero también en esto el caso de Gallardón es mucho más interesante que el de los pensadores que le precedieron. Su caso es único precisamente porque lo singular en él no es que medite sobre la muerte, sino que lo hace ¡estando ya muerto! Genio y figura.
El tiempo me da la razón.
Ya adelante el día 21 la muerte política de Gallardón y no me equivocaba, como podéis ver hay que ser más objetivo con esto de la ciencia política y no hablar y poner lo que dicen y mandan otros tan a la ligera por eso de ser más de derechas que Rouco Varela.
Este es el primero que se cae del carro pepero, espero que el siguiente sea Wert seguido de la rociera Fátima y así sucesivamente aunque estos son más de esconder la cabeza como los avestruces y en ellos la vergüenza brilla por su ausencia.
Ya podemos llevar otra vez a los yacimientos de Acapuerca de donde jamás debieron salir estos prehistóricos que han enterrado a España en la miseria y la han llevado a la cola de Europa gracias a sus quehaceres solo mirando para los ricos y poderosos.
Ya adelante el día 21 la muerte política de Gallardón y no me equivocaba, como podéis ver hay que ser más objetivo con esto de la ciencia política y no hablar y poner lo que dicen y mandan otros tan a la ligera por eso de ser más de derechas que Rouco Varela.
Este es el primero que se cae del carro pepero, espero que el siguiente sea Wert seguido de la rociera Fátima y así sucesivamente aunque estos son más de esconder la cabeza como los avestruces y en ellos la vergüenza brilla por su ausencia.
Ya podemos llevar otra vez a los yacimientos de Acapuerca de donde jamás debieron salir estos prehistóricos que han enterrado a España en la miseria y la han llevado a la cola de Europa gracias a sus quehaceres solo mirando para los ricos y poderosos.