A veces miro al espejo y me encuentro a un señor que podría ser mi padre. Tras el paisaje avejentado de mi cara y los surcos de ese tractor cabrón con el que se divierten los años en la piel de la gente, veo el tiempo al que pertenezco. Que no es cronológico sino mental. Que no existe ni existió, quizá. Porque el mundo que representaba solo existía en mi visión de niño y en mis ojos abiertos como platos. Mi adicción de entonces eran mis hermanos y el sofá de jugar a los vaqueros con las figuritas de Comansi, qué cosas. No recuerdo ni un solo momento de aquella vida imaginaria mía en que no hubiese estado pensando, aunque fuesen cosas de niños. Ahora no paro de leer informaciones terribles sobre internet, y descubro estupefacto que anula la razón crítica y que el sueño de todo tipo con flequillo no es otro que comprarse un smartwatch, fin de sus aspiraciones personales. Y me digo que la mente humana no está capacitada para ser tan memos. Cuando veo a todos estos pisaverdes en plan chicos multipantalla aferrados a la hiperconectividad, me pregunto por dónde reventará todo esto. No sé si es que soy un viejales que se sienta en los bancos del parque con una libreta a escribir chorradas como esta, en vez de guasapear vídeos de un niño gordo bailando y demás maravillas de esas que tienen cinco minutos de vida. Pero algo me dice que el problema (mi problema, al menos) no es que al mirar al espejo vea a un señor que podría ser mi padre, sino que al mirar a mi alrededor vea a jóvenes en proceso de idiotización que podrían ser mis hijos. Y esto último, en particular, es para echarse a llorar.
C. R
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
C. R
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
¿Dónde empieza el Sur? ¿Y dónde acaba?