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Opinión
La cacería
Los ingenuos piden «generosidad a todas las partes», pero aquí nadie da nada gratis
Dicen los ingleses que cuando algo va mal, lo mejor es estropearlo del todo. La política española no es que vaya mal, es que no puede ir peor, sobre todo para el partido de Gobierno, el PP, que recibe trompada tras trompada. En ese sentido, una moción de censura parece apropiada. Pero aparte de que no somos ingleses, hay un aspecto que no debe olvidarse: ¿le conviene a España tal moción en este momento? Muchos la piden, pero otros la temen, como muestran el batacazo de la Bolsa y el dispararse de la prima de riesgo. Añádanle la crisis catalana y lo que parecía claro, ya no lo está tanto.
Menos, si echamos cuentas. Para que esa moción sea aprobada se necesitan que al menos tres de los cuatro grandes partidos la apoyen. Como nadie puede pedir al PP que vote contra sí mismo, la coalición PSOE-Ciudadanos-Podemos es la solución idónea. Pero resulta que Ciudadanos y Podemos se rechazan entre sí, lo que obliga a Sánchez a buscar por todos los rincones del Congreso hasta reunir los 176 votos necesarios para que la moción prospere. El gobierno Frankenstein lo han llamado y, como el de la película, resulta un monstruo. Todavía Sánchez e Iglesias pueden entenderse. De hecho ya lo hicieron en la anterior legislatura, pero fracasó al pretender el segundo ser el verdadero presidente, dejando a Sánchez de figurón. Hoy, Iglesias, bien por lo débil que le ha dejado lo del chalé de la sierra, bien por creer que el fracaso de la moción de censura arruinará la carrera política de Sánchez, dejándolo a él como dueño y señor de la izquierda, se presta al juego.
Además, ¿cómo va a gobernar con los antisistema? O, simplemente, con Torra, que exige la puesta en libertad de los nacionalistas encarcelados, la amnistía de los fugados y el derecho a la autodeterminación. De concedérselo, a Sánchez se le sublevarían no ya los barones, sino buena parte de las bases. Y de pactar con Ciudadanos, quienes no aceptarían serían los demás. De ahí que pida que le dejen gobernar en solitario, para anunciar elecciones cuando se «estabilice la situación». ¿Estabilizar la situación? Lo que ocurriría sería exactamente lo contrario: bulla, algarabía. ¿Se imaginan a todos esos partidos preguntando a Sánchez «qué hay de lo mío»? Sólo están de acuerdo en acabar con Rajoy, en el resto discrepan. Mañana, en el Congreso, adonde llegan con la escopeta cargada, tendrá lugar la cacería. De cobrar la pieza, cada uno irá a lo suyo. Los ingenuos piden «generosidad a todas las partes». Pero aquí nadie da nada gratis y cuanto hemos visto hasta ahora será una broma comparado con lo que tendríamos después: no sólo corrupción - ¿cómo va Sánchez a torear los ERE?-, sino también multisecesionismo, al no contentarse nadie con lo que recibe. Es la consecuencia de tener unos viejos políticos corruptos y unos nuevos infantiles, pese a rondar la cuarentena.
¿Terminaremos, como el peregrino a Lourdes, rogando «Virgencita mía, que me quede como estoy»?