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OPINION
IGNACIO CAMACHO

COMO siempre que en La Moncloa toca mudanza, lo primero que se cambia -dicen los empleados- es el colchón del anterior inquilino y su ajuar de cama. Lógico, nadie quiere dormir en el lecho de su adversario ni envolverse, por mucho que las hayan lavado, en sus sábanas; luego viene el remplazo de los muebles y el traslado de efectos personales propios que ayuden a espantar fantasmas. Pero al final, con el tiempo, es cosa sabida que el ambiente de ese palacio -palacete más bien- atrapa. Que en su relativo aislamiento flota una especie de blindado karma que se apodera de sus habitantes y los vuelve sordos al latido cotidiano de España.
Hay una clase de colchón, sin embargo, que Pedro Sánchez no va a tocar porque constituye la mejor herencia que Rajoy le ha legado. Se trata del confortable tálamo de una economía recompuesta, en crecimiento sostenido, con el déficit estabilizado, el empleo al alza y la maquinaria de recaudación fiscal a todo trapo. Aunque el anterior presidente empezaba a desvelarse por ciertos síntomas de reflujo en los indicadores macro, los estudios de prospectiva dibujan todavía un ciclo expansivo vigente para unos dos años. Justo el horizonte de este mandato. El nuevo inquilino puede dormir a pierna suelta, despatarrado. Tiene la caja razonablemente llena, las cuentas más o menos cuadradas y el presupuesto hecho para que sólo se ocupe de gastarlo. Este Gabinete tan celebrado, el dream team socialdemócrata, puede dedicarse a la política de gestos en busca de aplauso sin más trámites que el de modificar por decreto algunas partidas para satisfacer ciertas demandas de su electorado. Hasta el cielo se lo ha puesto fácil dejándole rebosantes los pantanos.
Ése es en España el paradójico, amargo signo político de la derecha. Reclamada periódicamente para enderezar el caos económico al que suele conducir el alegre derroche de la izquierda, acaba expulsada al cabo de un tiempo entre ingratos reproches a su rigor contable y a su metodología austera. Por eso los gobiernos conservadores o liberales constituyen un paréntesis recurrente entre dos períodos de gasto a mano abierta. Cierto es que el marianismo hubiese durado algo más de no haber permitido que un hatajo de corruptos saquease a su gusto la despensa. Pero al final, el liberalismo español no es más que un elemento esporádico de corrección de los desajustes que la socialdemocracia tiende a introducir en el sistema. Una especie de jardinero contratado por horas para cortar las malas hierbas de la parcela.
Llegados a Moncloa por sorpresa y por la puerta de servicio, Sánchez y su reluciente equipo sólo han de deshacer las maletas. La ausencia de programa -más allá del desalojo del PP- les exime hasta de cumplir promesas. Unos retoques de decoración bastan; se han encontrado incluso la mesa puesta. En unos días se moverán por la casa como si hubieran nacido en ellas