CONVIVIENCIA CIUDADANA
Lo que me envia Liberal de su editorial preferida
Contamos con un sistema absolutamente garantista, pero en el que los excesos están a la orden del día lo que está obligando a regular tantos aspectos de la cotidianeidad que lo único que se está logrando es un sistema con menos libertades, y todo ello gracias a los abusos de unos pocos irresponsables y maleducados. La convivencia pacífica es uno de esos anhelos que todos deseamos como esencial dentro del estado del bienestar. Cuando lo oportuno parece que el sentido común y la educación sean valores en sí mismos de convivencia entre vecinos, nos puede extrañar que se tenga que crear y aplicar una ordenanza para lograr, siquiera, aspirar a cumplir ese deseo de convivencia. En cualquier caso, cuando existe una norma que regula los límites de los excesos, los ciudadanos tienen obligación de conocer y no excederse más allá de los cotos que se imponen. Así, pasados casi dos años, la existencia de una Ordenanza de Convivencia para la ciudad de y/o puebos es un hecho bastante conocido, y cabe preguntarnos si las sanciones o expedientes abiertos al amparo de esta regulación son los que el ciudadano, consciente de la realidad de la ciudad, se ajusta a lo que espera de ella. Así, podemos discutir si un centenar de sanciones son muchas o pocas, cuando los excesos casi llegarán a tantos únicamente en un breve espacio de tiempo. De cualquier modo, la existencia de esta regulación está imponiendo sanciones y actuando de forma preventiva sobre algunos excesos que pueden ser dañinos a corto y medio plazo. La convivencia no se debe equiparar a un estado de sitio, porque nadie queremos que queden en suspenso las garantías constitucionales, por eso, lo más razonable es que la norma evite los excesos y permita una convivencia dentro del marco de la racionalidad y la cotidianeidad.
En cualquier caso, si el valor de la educación imperara más en nuestra sociedad, es probable que esta norma no se hubiera tenido que redactar ni que aplicar en ningún
Lo que me envia Liberal de su editorial preferida
Contamos con un sistema absolutamente garantista, pero en el que los excesos están a la orden del día lo que está obligando a regular tantos aspectos de la cotidianeidad que lo único que se está logrando es un sistema con menos libertades, y todo ello gracias a los abusos de unos pocos irresponsables y maleducados. La convivencia pacífica es uno de esos anhelos que todos deseamos como esencial dentro del estado del bienestar. Cuando lo oportuno parece que el sentido común y la educación sean valores en sí mismos de convivencia entre vecinos, nos puede extrañar que se tenga que crear y aplicar una ordenanza para lograr, siquiera, aspirar a cumplir ese deseo de convivencia. En cualquier caso, cuando existe una norma que regula los límites de los excesos, los ciudadanos tienen obligación de conocer y no excederse más allá de los cotos que se imponen. Así, pasados casi dos años, la existencia de una Ordenanza de Convivencia para la ciudad de y/o puebos es un hecho bastante conocido, y cabe preguntarnos si las sanciones o expedientes abiertos al amparo de esta regulación son los que el ciudadano, consciente de la realidad de la ciudad, se ajusta a lo que espera de ella. Así, podemos discutir si un centenar de sanciones son muchas o pocas, cuando los excesos casi llegarán a tantos únicamente en un breve espacio de tiempo. De cualquier modo, la existencia de esta regulación está imponiendo sanciones y actuando de forma preventiva sobre algunos excesos que pueden ser dañinos a corto y medio plazo. La convivencia no se debe equiparar a un estado de sitio, porque nadie queremos que queden en suspenso las garantías constitucionales, por eso, lo más razonable es que la norma evite los excesos y permita una convivencia dentro del marco de la racionalidad y la cotidianeidad.
En cualquier caso, si el valor de la educación imperara más en nuestra sociedad, es probable que esta norma no se hubiera tenido que redactar ni que aplicar en ningún