Huelga a la fuerza
No es cierto que las huelgas sean siempre inútiles. La de hoy va a servir para mucho, porque ya nada será igual después de esta parodia del sindicalismo, de este impúdico autorretrato de la izquierda subvencionada.
Gracias al 29-S, cada vez más españoles entenderán y despreciarán la labor sumisa de Cándido y Toxo, ministros in péctore del Gobierno zapateril, que como tales disfrutan del monopolio de la violencia gubernamental y, por supuesto, de los privilegios de los poderosos: restaurantes caros y cruceros de lujo, las primeras aspiraciones de cualquier nuevo rico.
Gracias al 29-S quedará gráficamente en evidencia quiénes ganan y quiénes pierden en el perverso juego activado por estos parásitos del sistema. Pierden los españoles atrapados en el colapso de los transportes; pierde el derecho al trabajo no frente al derecho de huelga (como, de forma sofista arguyen Méndez y Toxo) sino frente al chantaje de los piquetes, que no es lo mismo; pierde la economía nacional, que soportará un coste de 4.200 millones de euros (cuatro décimas del PIB) como si pudiera permitirse ese lujo. Los únicos que no pierden son los de siempre. Los que, como hoy revela LA GACETA, ganan 3,5 millones de euros anuales con una aseguradora. Los que en lugar de denunciar la pasividad del Gobierno ante la crisis se han lucrado con ella, embolsándose un pico –medio millón de euros– por la gestión del Plan de Pensiones de la Administración; o se han aprovechado directamente de la desgracia de los parados, ingresando 240 millones de euros por la gestión de los ERE.
Los mileuristas, los parados, las pequeñas y medianas empresas que pagan los bogavantes de Méndez y los paseos en yate del comisionista, ya no olvidarán esta burla de quienes con su silencio han mantenido el rumbo del desastre, de los cómplices del desempleo, engordados hasta lo grotesco por ese mamar ansioso de la ubre del presupuesto. Por otro lado, si la huelga consiste en dejar de trabajar, el presidente del Gobierno se ha convertido en el primer activista del paro, porque ha mandado a millones de trabajadores a su casa, meses y años antes de la convocatoria de hoy. Por eso ponen tanto cuidado los convocantes en no zaherir a su bienhechor, que UGT y CC OO hacen negocio con cada ERE, y se multiplican las subvenciones que reciben para “formación”, o para investigar el papel histórico de los sindicatos. Quizá en esa historia hemipléjica es donde han escogido su papel actual de mamporreros del zapaterismo.
La huelga de hoy no está destinada a protestar por la reforma laboral, que es improvisada, defectuosa y tardía, –en el camino se han destruido casi cinco millones de puestos de trabajo–. Tampoco va contra el Gabinete que la ha puesto en práctica ni contra el emperador Obama que la mandó, y mucho menos contra el presidente chino que también dio un telefonazo de atención a La Moncloa. Todos ellos son camaradas y hay que buscar otros culpables, como los empresarios ridiculizados en esos vídeos infames de ugeté y, por supuesto, Esperanza Aguirre, el ogro que necesitan los que viven de alimentar el miedo, y a la que UGT llamó ayer “bruja”, de acuerdo con un guión que ya fue ensayado en la huelga del Metro.
Por todas estas razones se convocó la movilización general con tanta antelación, para diluirla entre las protestas de Europa, como si la responsabilidad del Gobierno Zapatero se pudiera confundir con la crisis global que azota a todo Occidente. Tiempo suficiente para la pedagogía de sus masas. No tienen más que llamar al Chikilicuatre para que les explique a los obreros que ZP sigue siendo de los nuestros.
Pero lo peor de la jornada de hoy será la violencia anunciada, la intimidación repetida, el matonismo proclamado por quienes pretenden que “el derecho a la huelga prevalece sobre el derecho al trabajo”, (¿y también sobre el derecho a la información?), toda una declaración de prepotencia mafiosa, y una amenaza nada velada contra quienes no se dejan manipular por sus autoproclamados representantes. Cada piquete violento demostrará que la fuerza sindical es principalmente la de la impunidad, tanto en materia de seguridad ciudadana como en la de la opacidad de sus cuentas, eterna asignatura pendiente de la democracia y, por eso mismo, chantaje permanente de los que hacen de la pancarta su fuerza política, pasando incluso por encima de los derechos fundamentales de los demás.
Los intentos por colapsar el transporte público, singularmente en Madrid, escaparate mediático de España, son inversamente proporcionales a la escasa autoridad moral y a la nula capacidad de convocatoria de unas organizaciones del jurásico. Por eso tratan de mantener en pie la farsa de la famélica legión con una huelga tan impostada como los Tartufos en que ellos mismos se han convertido. Conscientes de que nadie confía ya en los sindicatos, de que su carácter parasitario les priva del más mínimo prestigio ético, de que su connivencia con el Gobierno Zapatero les ha dejado en evidencia, privados de coartada ideológica o del falso discurso de la ética social, UGT y CC OO recurren a lo único que les queda: la fuerza.
No es cierto que las huelgas sean siempre inútiles. La de hoy va a servir para mucho, porque ya nada será igual después de esta parodia del sindicalismo, de este impúdico autorretrato de la izquierda subvencionada.
Gracias al 29-S, cada vez más españoles entenderán y despreciarán la labor sumisa de Cándido y Toxo, ministros in péctore del Gobierno zapateril, que como tales disfrutan del monopolio de la violencia gubernamental y, por supuesto, de los privilegios de los poderosos: restaurantes caros y cruceros de lujo, las primeras aspiraciones de cualquier nuevo rico.
Gracias al 29-S quedará gráficamente en evidencia quiénes ganan y quiénes pierden en el perverso juego activado por estos parásitos del sistema. Pierden los españoles atrapados en el colapso de los transportes; pierde el derecho al trabajo no frente al derecho de huelga (como, de forma sofista arguyen Méndez y Toxo) sino frente al chantaje de los piquetes, que no es lo mismo; pierde la economía nacional, que soportará un coste de 4.200 millones de euros (cuatro décimas del PIB) como si pudiera permitirse ese lujo. Los únicos que no pierden son los de siempre. Los que, como hoy revela LA GACETA, ganan 3,5 millones de euros anuales con una aseguradora. Los que en lugar de denunciar la pasividad del Gobierno ante la crisis se han lucrado con ella, embolsándose un pico –medio millón de euros– por la gestión del Plan de Pensiones de la Administración; o se han aprovechado directamente de la desgracia de los parados, ingresando 240 millones de euros por la gestión de los ERE.
Los mileuristas, los parados, las pequeñas y medianas empresas que pagan los bogavantes de Méndez y los paseos en yate del comisionista, ya no olvidarán esta burla de quienes con su silencio han mantenido el rumbo del desastre, de los cómplices del desempleo, engordados hasta lo grotesco por ese mamar ansioso de la ubre del presupuesto. Por otro lado, si la huelga consiste en dejar de trabajar, el presidente del Gobierno se ha convertido en el primer activista del paro, porque ha mandado a millones de trabajadores a su casa, meses y años antes de la convocatoria de hoy. Por eso ponen tanto cuidado los convocantes en no zaherir a su bienhechor, que UGT y CC OO hacen negocio con cada ERE, y se multiplican las subvenciones que reciben para “formación”, o para investigar el papel histórico de los sindicatos. Quizá en esa historia hemipléjica es donde han escogido su papel actual de mamporreros del zapaterismo.
La huelga de hoy no está destinada a protestar por la reforma laboral, que es improvisada, defectuosa y tardía, –en el camino se han destruido casi cinco millones de puestos de trabajo–. Tampoco va contra el Gabinete que la ha puesto en práctica ni contra el emperador Obama que la mandó, y mucho menos contra el presidente chino que también dio un telefonazo de atención a La Moncloa. Todos ellos son camaradas y hay que buscar otros culpables, como los empresarios ridiculizados en esos vídeos infames de ugeté y, por supuesto, Esperanza Aguirre, el ogro que necesitan los que viven de alimentar el miedo, y a la que UGT llamó ayer “bruja”, de acuerdo con un guión que ya fue ensayado en la huelga del Metro.
Por todas estas razones se convocó la movilización general con tanta antelación, para diluirla entre las protestas de Europa, como si la responsabilidad del Gobierno Zapatero se pudiera confundir con la crisis global que azota a todo Occidente. Tiempo suficiente para la pedagogía de sus masas. No tienen más que llamar al Chikilicuatre para que les explique a los obreros que ZP sigue siendo de los nuestros.
Pero lo peor de la jornada de hoy será la violencia anunciada, la intimidación repetida, el matonismo proclamado por quienes pretenden que “el derecho a la huelga prevalece sobre el derecho al trabajo”, (¿y también sobre el derecho a la información?), toda una declaración de prepotencia mafiosa, y una amenaza nada velada contra quienes no se dejan manipular por sus autoproclamados representantes. Cada piquete violento demostrará que la fuerza sindical es principalmente la de la impunidad, tanto en materia de seguridad ciudadana como en la de la opacidad de sus cuentas, eterna asignatura pendiente de la democracia y, por eso mismo, chantaje permanente de los que hacen de la pancarta su fuerza política, pasando incluso por encima de los derechos fundamentales de los demás.
Los intentos por colapsar el transporte público, singularmente en Madrid, escaparate mediático de España, son inversamente proporcionales a la escasa autoridad moral y a la nula capacidad de convocatoria de unas organizaciones del jurásico. Por eso tratan de mantener en pie la farsa de la famélica legión con una huelga tan impostada como los Tartufos en que ellos mismos se han convertido. Conscientes de que nadie confía ya en los sindicatos, de que su carácter parasitario les priva del más mínimo prestigio ético, de que su connivencia con el Gobierno Zapatero les ha dejado en evidencia, privados de coartada ideológica o del falso discurso de la ética social, UGT y CC OO recurren a lo único que les queda: la fuerza.