Hace ya 37 años que entré en contacto personal con Seres Superiores procedentes de otros mundos y asumí la Misión que Ellos me encomendaron: Avisar de los hechos que iban a desarrollarse en el tiempo futuro e invitar a todos aquellos a los que llegaran mis palabras a reflexionar y, si era preciso, a cambiar de conducta, para dar a sus vidas un sentido más positivo de cara al final de un Ciclo cósmico en este planeta y a una renovación en su Humanidad.
…
Durante todos estos años he utilizado todos los medios de comunicación que han estado a mi alcance para difundir los mensajes de alerta, de advertencia y amonestación, que me han sido facilitados por los Hijos de la Luz y, dentro de lo posible, he intentado hacer sobresalir sobre el dramatismo de los traumáticos acontecimientos finales, la gran esperanza de la renovación de esta civilización vieja y caduca por otra nueva y esplendorosa donde la Paz, el Amor, la Justicia y la Fraternidad, que ahora faltan, sean la moneda común.
Los Sabios Siderales, tras el impulso ascensional que dio Jesús el Cristo, conscientes de que en orbes como éste, cercanos aún al proceso larvario, en cada final de Ciclo suele haber un enfrentamiento masivo entre el Bien y el Mal, quisieron ofrecer a cada hombre de este planeta, con la suficiente anticipación, una serie de mecanismos, conocimientos y señales que le permitieran decidir, libremente, en qué bando quería militar, ateniéndose después a las consecuencias. Unas consecuencias que también se le iban a mostrar mediante una gran variedad de escritos y voces proféticas, lo suficientemente impactantes y atrayentes, como para llevarle a reflexionar, y ponerle en situación de averiguar la Verdad, dándole un amplio espacio de tiempo para que pudiera elegir qué le convenía, con la posibilidad, por su libre albedrío, de aceptarla o rechazarla. Han sido dos largos milenios de predicciones, de mensajes, de signos celestes, de augurios apocalípticos, de multitud de fuentes, alertando de los hechos a suceder en los Tiempos Finales de esta Humanidad y que no iban a referirse a unos pocos años sino a un período temporal que comenzó en los albores del siglo XX, con la Primera Guerra Mundial, y terminará en las primeras décadas de este Tercer Milenio. Muchos han sido los profetas, muchos han sido los voceros que han hecho llegar sus avisos a todos los confines de la Tierra. Sólo han servido para la calidad, pero no para la cantidad.
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, pero éste, desobediente, ensoberbecido y egoísta, ha preferido ser como es y caminar por el sendero oscuro. Y esto es lo que no puede ser. En el transcurso de los años, la conducta de la gran mayoría de los seres humanos se ha ido degradando y su degeneración, lo mismo que su desobediencia a las Leyes Divinas ha llegado a límites inconcebibles e intolerables. El hombre, ignorando las advertencias de Juan, de Nostradamus e innumerables profetas de todo tiempo y lugar, ha creído que podía despilfarrar su herencia natural y hacer agonizar impunemente su morada terrena. Pero, igual que los restantes seres de los tres reinos de la Naturaleza, está sujeto a una Ley Cósmica que no puede rehuir ni violar, sin provocar un gran trauma. Porque la Naturaleza, en sí misma, tiene en todos sus planos un código de supervivencia. Cuando el hombre efectúa acciones de sentido agresor e involutivo sobre ella, responde con movimientos de fuerza contraria, intentando equilibrar lo desarmonizado. Dispone para ello de unos elementos primordiales llamados Zigos, los cuales actúan de forma automática, auto correctora, cuando se produce una agresión en el aire, en el fuego, en el agua o en la tierra. Este automatismo corrector causa inmediatamente enormes cambios, que afectan en primer lugar a los causantes de la desarmonía, los hombres irresponsables.
A pesar de los esfuerzos en el Cielo y en la Tierra, la gente de esta Humanidad se ha llenado de egoísmo, odio, hipocresía, soberbia e impiedad, y la Creación entera se ha visto perturbada por su proceder diabólico. La obra del Mal ha llegado a destruir, en la gran mayoría, el amor y el deseo de caminar hacia la sabiduría y las cosas del Espíritu. Su forma de operar ha sido tan nefasta, que nadie se podrá salvar de los efectos justicieros de los elementos desencadenados, los jinetes apocalípticos, excepto los Elegidos. De nada ha servido, para esta generación impía, el alertar a las 7 Iglesias, el abrir los 7 Sellos, el resonar de las 7 Trompetas y el mostrar la impregnación de las 7 Copas. Ahora, YA NO QUEDA MÁS TIEMPO. El Juicio está, pues, por celebrarse, y cada hombre obtendrá su veredicto.
Desgraciadamente, el tiempo que había sido concedido a esta generación, ya se ha terminado. Todo lo que tenían que saber los hombres de la Tierra, les ha sido dicho y, exhaustivamente, repetido. Ya no tienen excusa y todos serán obligados a asumir sus responsabilidades personales. La selección ya ha sido hecha y la separación también. Según los designios divinos, recibirá quien haya dado y le será quitado a quien ha quedado sordo y ciego.
El que quiera ver que vea y el que quiera oír que oiga.
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Durante todos estos años he utilizado todos los medios de comunicación que han estado a mi alcance para difundir los mensajes de alerta, de advertencia y amonestación, que me han sido facilitados por los Hijos de la Luz y, dentro de lo posible, he intentado hacer sobresalir sobre el dramatismo de los traumáticos acontecimientos finales, la gran esperanza de la renovación de esta civilización vieja y caduca por otra nueva y esplendorosa donde la Paz, el Amor, la Justicia y la Fraternidad, que ahora faltan, sean la moneda común.
Los Sabios Siderales, tras el impulso ascensional que dio Jesús el Cristo, conscientes de que en orbes como éste, cercanos aún al proceso larvario, en cada final de Ciclo suele haber un enfrentamiento masivo entre el Bien y el Mal, quisieron ofrecer a cada hombre de este planeta, con la suficiente anticipación, una serie de mecanismos, conocimientos y señales que le permitieran decidir, libremente, en qué bando quería militar, ateniéndose después a las consecuencias. Unas consecuencias que también se le iban a mostrar mediante una gran variedad de escritos y voces proféticas, lo suficientemente impactantes y atrayentes, como para llevarle a reflexionar, y ponerle en situación de averiguar la Verdad, dándole un amplio espacio de tiempo para que pudiera elegir qué le convenía, con la posibilidad, por su libre albedrío, de aceptarla o rechazarla. Han sido dos largos milenios de predicciones, de mensajes, de signos celestes, de augurios apocalípticos, de multitud de fuentes, alertando de los hechos a suceder en los Tiempos Finales de esta Humanidad y que no iban a referirse a unos pocos años sino a un período temporal que comenzó en los albores del siglo XX, con la Primera Guerra Mundial, y terminará en las primeras décadas de este Tercer Milenio. Muchos han sido los profetas, muchos han sido los voceros que han hecho llegar sus avisos a todos los confines de la Tierra. Sólo han servido para la calidad, pero no para la cantidad.
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, pero éste, desobediente, ensoberbecido y egoísta, ha preferido ser como es y caminar por el sendero oscuro. Y esto es lo que no puede ser. En el transcurso de los años, la conducta de la gran mayoría de los seres humanos se ha ido degradando y su degeneración, lo mismo que su desobediencia a las Leyes Divinas ha llegado a límites inconcebibles e intolerables. El hombre, ignorando las advertencias de Juan, de Nostradamus e innumerables profetas de todo tiempo y lugar, ha creído que podía despilfarrar su herencia natural y hacer agonizar impunemente su morada terrena. Pero, igual que los restantes seres de los tres reinos de la Naturaleza, está sujeto a una Ley Cósmica que no puede rehuir ni violar, sin provocar un gran trauma. Porque la Naturaleza, en sí misma, tiene en todos sus planos un código de supervivencia. Cuando el hombre efectúa acciones de sentido agresor e involutivo sobre ella, responde con movimientos de fuerza contraria, intentando equilibrar lo desarmonizado. Dispone para ello de unos elementos primordiales llamados Zigos, los cuales actúan de forma automática, auto correctora, cuando se produce una agresión en el aire, en el fuego, en el agua o en la tierra. Este automatismo corrector causa inmediatamente enormes cambios, que afectan en primer lugar a los causantes de la desarmonía, los hombres irresponsables.
A pesar de los esfuerzos en el Cielo y en la Tierra, la gente de esta Humanidad se ha llenado de egoísmo, odio, hipocresía, soberbia e impiedad, y la Creación entera se ha visto perturbada por su proceder diabólico. La obra del Mal ha llegado a destruir, en la gran mayoría, el amor y el deseo de caminar hacia la sabiduría y las cosas del Espíritu. Su forma de operar ha sido tan nefasta, que nadie se podrá salvar de los efectos justicieros de los elementos desencadenados, los jinetes apocalípticos, excepto los Elegidos. De nada ha servido, para esta generación impía, el alertar a las 7 Iglesias, el abrir los 7 Sellos, el resonar de las 7 Trompetas y el mostrar la impregnación de las 7 Copas. Ahora, YA NO QUEDA MÁS TIEMPO. El Juicio está, pues, por celebrarse, y cada hombre obtendrá su veredicto.
Desgraciadamente, el tiempo que había sido concedido a esta generación, ya se ha terminado. Todo lo que tenían que saber los hombres de la Tierra, les ha sido dicho y, exhaustivamente, repetido. Ya no tienen excusa y todos serán obligados a asumir sus responsabilidades personales. La selección ya ha sido hecha y la separación también. Según los designios divinos, recibirá quien haya dado y le será quitado a quien ha quedado sordo y ciego.
El que quiera ver que vea y el que quiera oír que oiga.