A los poderosos les gustan las metáforas, pero no las definiciones. Porque las metáforas son como de plastilina, se adaptan a lo que haga falta, por ejemplo a la fatuidad, al interés o a la nada, mientras que las definiciones obligan, comprometen y tienen una especie de rango de ley que no les gusta, ya que es una ley que no han hecho ellos y que por tanto (piensan ellos, en su egomanía) les perjudica, atenta contra su poder. Les gusta decir, por ejemplo, que una persona es más digna si se entrega en cuerpo y alma a una tarea, porque son ellos quienes imponen las tareas; les encanta proclamar que un ciudadano es más digno si se sacrifica por su nación, porque son ellos los que deciden qué clase de sacrificio será ese, cuál su intensidad y su duración, cuáles sus efectos y cuáles sus beneficiarios. Les encanta envolverlo todo con un orden moral, porque el orden moral es tradicionalmente inapelable, es un sí porque sí y un no porque no, que son sus respuestas favoritas, a falta de metáforas. Pero odian la definición, es algo superior a sus fuerzas. No están dispuestos a permitir que nadie les diga que la dignidad humana es el valor que toda persona tiene por el hecho de serlo. Ya esté sucia o limpia, medio aplastada o con la efigie borrosa, una moneda vale lo que vale. Al ser humano le sucede lo mismo. Ya sea más listo, más feo, más botarate o más sensible, le sonría la suerte o se carcajee de él el infortunio, presente unas piernas de infarto o una barba de tres días decorándole la papada, tenga una bota en la cara deformándose los rasgos o sea el dueño de esa suela opresora, todo ser humano comparte una misma tasación elemental con sus congéneres. Y es esa característica común, ese valor, lo que define qué cosas merece, de qué derechos puede disponer y qué libertades le corresponden por el simple hecho de ser una persona. Lo cual significa que nadie es menos ni más que nadie. Y es eso lo que no pueden soportar.
Pero les guste o no a los poderosos, los ciudadanos han empezado a definir la dignidad, y por lo tanto a definirse a sí mismos, a pronunciarse. La marcha sobre Madrid que hoy se celebra con columnas humanas procedentes de toda España es la escenificación, la constatación, la proclamación y la celebración de ese descubrimiento largamente aplazado. La expresión, convertida en muchedumbre, de que todo ser humano debe vivir libremente y sin miedo, en convivencia pacífica y sin sufrir represalias por el ejercicio de esa libertad sagrada. El coro de voces que dicen que las personas están antes que el dinero, que mandar a una criatura a dormir a la calle es un crimen contra toda la humanidad, como lo es regatearle el trabajo, escatimarle la vida, hurtarle su bienestar, su educación y su salud para que cuadren las cuentas (descuadradas por motivos bien diferentes e inconfesables) y saquearle los derechos en nombre de los bonus de los encorbatados hijos de Eva. Esto de hoy está lejos de ser una anécdota. Se llama marcha, pero es solo un paso. Un paso adelante que no admite vuelta atrás. Habrá quien quiera ver en esto una simple metáfora. Pero harían mejor viéndolo como una definición. Más que nada, por dignidad. Incluida la suya.
C. R.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
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