Ahorraríamos infinitamente más y con mucho mejor criterio si, en vez de cambiar de hora por decisión administrativa, cambiásemos de siglo por ajuste evolutivo. Cuánta luz no se despilfarraría, cuánto petróleo, cuánto palabreo, si regresáramos a la edad que nos corresponde por nuestra mugrienta mentalidad: el siglo IX, si no el Paleolítico inferior. Hala, a pelar sílex con las pezuñas. Nos creemos muy listos porque tenemos un dedo gordo para guasapear gilipolleces, un coche en la puerta para poder empujar a los demás por las carreteras y unas fotos horterísimas en Londres, pero somos la vergüenza del reino animal. Lo que sucedio en el Pleno del Congreso, con la expulsión de Joan Tardà por su chulería de emprenderla en catalán con los presentes, es un bochorno de dimensiones antediluvianas. Eso no pasa ni entre seres unicelulares. El matonismo, la imbecilidad, la insensibilidad, la brutalidad y la falta de higiene mental con que está lidiándose ese conflicto por las dos partes (las dos) es para hacer las maletas y pirarse uno a la Angola profunda, que seguro que allí hay más civilización, por no hablar de mayor variedad de primates. Vale que Tardà estaba intentando distraer la atención del golazo que los propios jueces de su tierra, el TSJC, les acaban de meter a los catalanistas al anteponer el castellano en las aulas; sí, ciertamente el de ERC estaba jugando a embarullar el asunto, pero qué es eso de echar a un diputado del Pleno del Congreso por hablar en catalán. Qué es eso, aparte de una inmoralidad.
La España de las mayorías aplastantes está empeñada en cómo se dice, y pasa olímpicamente del qué se dice. Los parlamentarios se pueden llevar horas y más horas declamando idioteces, frases hechas, insultos mutuos, excusas baratas, partidismo zafio y lo que les dé la gana: hay munición para hartarse. Eso sí, que sea en castellano, aunque sea soplando las eshes como un gaitero. La espectacular Santa Catalina de Siena (espectacular por lo que hizo, por lo que dijo y por su tipazo) dejó escrito: “ ¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas!, porque por haber callado, el mundo está podrido.” Estamos tolerando que el mundo siga pudriéndose en la infecta verborrea del castellano parlamentario. Y mientras, desde Santiago de Compostela, el señor Beiras, que será cualquier cosa menos un paleto, gritando al borde de las lágrimas, llamaba inmoral en perfecto gallego a un presidente que se daba paseos en lancha con un narcotraficante y allí seguía en su escaño, impoluto, españolísimo. Hasta el mismo Carlos V decía que un hombre lo es tantas veces como lenguas conozca, pero aquí, en la España medieval y cavernícola, seguimos balbuceando majaderías al alimón. Es hora del grito pendiente. Y todas las lenguas me parecen buenas para darlo.
C. R.
Seguimos con la reconquista desde el SUR le pese a quien le pese.
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